Por FRANCISCO PEREGIL.
Buenos Aires. Arnaldo Calveyra uno de los mejores poetas de Latinoamérica, dramaturgo y ensayista, falleció el jueves en París a los 85 años. Había publicado su primer libro en 1959, a los 30. Al año siguiente emigró a la capital francesa con una beca y se quedó a vivir el resto de su vida. Siempre mirando hacia la provincia natal de Entre Ríos, pero siempre en París. “Entre Ríos es mi fuente de inspiración”, escribió, “es un lugar geográficamente privilegiado. Estas tierran fueron el fondo de un mar, no sé en qué época el mar, retirándose, dejó este paisaje, estos ríos extraordinariamente bellos (…) Nací entonces, en el campo y cuando era chico pensaba que jamás iba a dejare ese lugar. Pero a los nueve años tuve que pasar de la escuela de campo a una escuela en el pueblo, a siete kilómetros de allí, y esta es una cesura en mi vida, porque yo no creía que se pudiera dejar, si quiera por cuatro horas, ese paraíso en que vivía”.
Casi todos sus libros fueron escritos en español y publicados primero en francés por la prestigiosa editorial Actes Sud. El Gobierno galo lo condecoró con la Ordre des Arts et des Lettres. Sólo comenzó a editarse en español hace unos 20 años. Hasta entonces fue un gran desconocido para la mayor parte de sus compatriotas argentinos. El reconocimiento en su país le llegó tarde, pero le llegó. La Universidad Nacional de Entre Ríos publicó su Teatro reunido, donde destacan las obras El diputado está triste, Moctezuma, y La selva, entre otras.
Asistió a la última edición de la feria del Libro de Buenos Aires y en una entrevista concedida a este periódico se quejó amargamente del panorama en Argentina: “Es que este país está preso. Preso por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el poder. Un país mediocre que tiene cinco o seis poetas. Eso, querido, es así. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente es simpática, viene a la feria, va a escuchar poesía, necesita una valencia, están enfermos de carencia… Pero de pronto tienen en la cabeza como una revelación perversa y entienden que no se puede gobernar sin robar… Preso, un país preso por eso”.
Murió apaciblemente en su casa de París. ”Fue anoche”, informaron a la agencia Télam fuentes de la editorial argentina Adriana Hidalgo, donde publicó su Poesía reunida, “estaba en la casa de su hija y se sintió mal, llamaron al médico y murió. Fue un infarto, pero no hubo enfermedad ni nada doloroso previo. Tenía 85 años y estuvo en Buenos Aires en la pasada feria del libro, estaba viejito, pero como siempre amable y lúcido. Una gran tristeza", dijeron a Télam.
Solía valerse de una libretilla donde apuntaba las ideas que se le venían a la cabeza, aunque fuese en medio de una entrevista. Algunas de sus mejores páginas están marcadas por su infancia en Entre Ríos y la figura de su madre. “Me fui de Entre Ríos [a Buenos Aires] gracias a mi madre”, comentaba a Juan Cruz, “era pobre, inventaba la plata, mandaba el cheque, los huevos de gallina en cajas de madera. Ella vivía en el campo, mi padre era campesino, ella era maestra. Una maestra en el campo, ¿imagina esa experiencia? Éramos doce, murieron dos, quedamos siete chicos y dos chicas”.
En su primer libro, Cartas para que la alegría, publicado en 1959, escribió ya unos versos que resultarían memorables: “En el ferry fue tan lindo mirar el agua. / ¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara”. Y el último texto de su Poesía reunida(Adriana Hidalgo Editora, 2012) decía: “Deseos de escribir la palabraruiseñor, de quedarme con ella toda la siesta y ver si cuando merme el sol se puede divisar un ruiseñor o a un lindo boyerito”.
Sus poemas prescinden del corte de los versos y se parecen engañosamente a la prosa, como subrayaron Pablo Gianera y Daniel Samoilovich, los autores del prólogo a su Poesía reunida. A ellos pertenecen estas palabras que explican la poética de Arnaldo Calveyra: “La escritora italiana Cristina Campo observaba que quien haya tenido la suerte de nacer en el campo llevará consigo durante toda la vida la posesión de un lenguaje arcano y un despliegue musical de las frases. La poética de Calveyra parece haberse conformado de una vez y para siempre con esa matriz del habla entrerriana. (…) Lo que asombra siempre del castellano de Calveyra es que suena ‘cierto’, no literario. (…) ‘Mete miedo -dice de él Cristina Campo, que lo conoció recién llegado a Francia-; transforma en alegría todo lo que toca”.
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