sábado, 2 de agosto de 2014

La soledad en García Márquez y Octavio Paz.


Por MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (LITERATURA) 
EL FINAL  de “Cien años de soledad” es el fin de la Historia como razón y la continuidad del tiempo del mito
En 1959, Octavio Paz dio a la luz uno de sus libros ensayísticos más emblemáticos, “El laberinto de la soledad”. Con él busca definir la esencia de la mexicanidad. Un conjunto de rasgos, que generalizando unas conductas vistas ya y descritas en la cultura mexicana, son llevadas a una síntesis culturalista, sociológica, antropológica y política. No es de extrañar que este discurso, que ya había tenido cabida en todo Occidente, tratara de definir lo que “somos” como personalidad nacional. Tal como lo hiciera en España José Ortega y Gasset en “España invertebrada”.
En nuestro país ese discurso es ya inicial en José Ramón López y Federico García Godoy. No menos en otros autores latinoamericanos como Domingo Faustino Sarmiento, José Martí y Eugenio María de Hostos y recogido luego por Pedro Henríquez Ureña… García Márquez llegó a México cuando esta obra tenía ya varias ediciones. Lo que me resulta coincidente es el tema de la soledad en ambos escritores. Pienso que Márquez fue lector de Paz, esta visión de la soledad de América latina entronca con el gran poeta mexicano.
En el libro de Paz, aparece al final un ensayo que muy bien podemos usar como un texto fuente de la obra del colombiano. En la parte titulada “Dialéctica de la soledad”, el tema no es exclusivamente mexicano, sino universal. Es un ensayo que deconstruye la modernidad desde el espacio de la posguerra. Se alza en una reflexión existencial del hombre como ser en la soledad desde su nacimiento. El biologismo conecta con la filosofía oriental, tan estimada por Paz y traída la filosofía moderna alemana por Arthur Schopenhauer. En ella se puede ver el ser desde una postura ensencialista y luego dejarlo llegar a lo social.
La dialéctica de la soledad debe desembocar entonces en el mito. El mito es origen y fin de lo humano. Esa visión arropó a muchos antropólogos, filósofos y pensadores de la posguerra, como Ernest Cassirer, como Paul Ricoeur, Mircea Eliade y otros, como el pesimista, Emile Cioran. La lingüística y la antropología se habían unido en la descripción del hombre con la antropología estructural de Lévy-Strauss y la historia de las mentalidades competía con la historia económica y social de los Annales.
El espacio intelectual europeo tendía un horizonte para pensar la posguerra. El sentido de la modernidad había desembocado en una guerra espantosa, que Octavio Paz trabaja desde la razón y lo irracional en “Piedra o Sol”, ese emblemático poema donde la Europa destruida es poetizada desde la isla de Capri.
En otras palabras, el discurso de Las luces, si no había llegado a su fin (Habermas), había entrado en una crisis determinante. Ya nada podía pensarse como cosa cierta. Los intelectuales que forjaron la Ilustración se habían venido abajo y en el mundo intelectual reinarían aquellos a quienes llamó Ricoeur entonces, los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche). Dentro de esa desconfianza del mundo de la razón es que hay que ubicar el texto de Paz, que viene a servir como hipotexto de la obra del colombiano García Márquez.
El laberinto aparece, por lo menos, una vez en “Cien años de soledad”. Se trata de una metáfora terrible: un laberinto de sangre que remite a la violencia latinoamericana. Pero la obra podría ser leída como la metáfora de la imposibilidad de realizar el amor, de encontrar el paraíso perdido, en la medida en que un determinante como el incesto, cual mancha, crea un factum, un destino que marcará a Macondo como a los Aureliano. En el mundo occidental, las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial se ven como una lucha inútil por el primado de la racionalidad frente al irracionalismo representado en la vuelta simbólica. El primero es una instrumentalidad forjada por los espejismos de la mente contra la irracionalidad del mito como origen y destino.
La imposibilidad del amor, como problema y la búsqueda del mito y como finalidad, se echan de ver en el texto garciamarquiano. Toda la lucha inútil desemboca en dos momentos de felicidad cuando los Buendía logran el amor y se despojan del discurso delhado que, co ntanto celo, mantiene por casi una centuria la matriarca Úrsula Iguarán. Es un determinismo que no permite que prospere el amor. La relación entre el amor como irracionalidad y el racionalismo dado en la ética, como moral o costumbre, lo trabajó Ortega y Gasset en “El tema de nuestro tiempo”, al referirse a Don Juan y a Sócrates. De ahí podemos colegir que en la obra de García Márquez entroncan dos metáforas: el amor como búsqueda del origen armonioso del mito y la razón como un condicionante del accionar humano.
El derrumbe de la modernidad con los crematorios judíos ponían entonces en la picota al ser del hombre como ratio, como modificación de la naturaleza a favor del programa modernizante, a la vez que matizaba la pérdida de la razón como un “malestar en la cultura” (Freud). La modernidad filosófica que inauguró Descartes con “El discurso del método” estaba en cuestionamiento. La obra de García Márquez llevaba entonces un título en que la soledad humana se vivía como pavor de una familia, pero frente al horror como historia que acababa de vivir la humanidad. La idea de una historia horrorosa está ya expuesta por Mircea Eliade al analizar el mito del eterno retorno.
Este horizonte nos lleva a pensar en el joven Nietzsche de “El origen de la tragedia”. La razón había sido entonces la tragedia de la humanidad, como el miedo al incesto la tragedia de los Buendía. Al final de su ensayo, dice Octavio Paz que el hombre contemporáneo ha racionalizado los mitos. Como los Buendía el incesto, creando un factum, como en el fascismo que se fundamentó en la pureza racial. Ambos perdieron el retorno a un espacio de promisión sin tiempo y sin Historia. Entonces lo que quedó fue la violencia concentrada del mundo instrumental. La pérdida del relato original solo se manifestará como nostalgia (la felicidad del niño al conocer el hielo; o su asombro o los pasos de Santa Sofía de la Piedad en el salón de clase, para el Coronel).
Entonces, la destrucción en la Historia es la desintegración del espacio sagrado del mito; la meta sería encontrar el tiempo perdido. De ahí que la lectura de “Cien años de soledad”, dentro de un horizonte de dialéctica de la soledad, presentado por Paz, nos plantee que, al final, habremos llegado a culminar la Historia como razón, a favor de la vida como mito, como encuentro con un pasado perdido, de un tiempo repetitivo, y contra la odisea humana, como los Buendía perdidos en la selva, buscando una salida al mar, con la finalidad de encontrarse con los otros. Pero, en su caso, el rumbo se perdió: tropezaron de nuevo con la modernidad como razón. La industria bananera les dejará un tren de muertos: un laberinto de sangre. Ni la modernidad política que buscaba el Coronel, ni las pretensiones modernizantes de Arcadio Triste, les salvarían. El final de “Cien años de soledad” es el fin de la Historia como razón y la continuidad del tiempo del mito.

0 comentarios: