POR JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
Hará asunto de dos meses, tal vez, leí una pequeña esquela en uno de los diarios nacionales que daba cuenta del fallecimiento de Ricardo Rivera Aybar. Indagué con un siempre bien enterado amigo escritor para comprobar si era el novelista y cuentista que conocíamos y que teníamos muchos años sin ver. Me dijo no tener conocimiento ni haber recibido noticias sobre el caso. Días después comprobamos que era el escritor mencionado. Los escritores dominicanos, aparte de ser poco leídos por nuestros compatriotas y de sufrir los zarandeos más variados a causa de su oficio, son además, y esto alcanza ribetes de dolorosa estampa, ignorados y olvidados hasta por los de su propia especie.
Esto es viejo. Ha ocurrido tantas veces. Dejamos que se mueran los colegas de la escritura sin que ninguna institución lo recuerde, le ofrenda un justo homenaje o valore la obra legada, sea ésta del gusto o no de los que ejercemos, unos más, unos menos, este a veces ingrato menester.
Al momento de su deceso, Rivera Aybar tenía setenta y cinco años de edad, pues había nacido en 1940. Aunque había publicado algunos de sus cuentos en el decenio sesentista en diferentes medios, su carrera literaria se inicia formalmente cuando obtiene el primer premio, en 1980, en el concurso de Casa de Teatro por su relato "El curioso y singularísimo informe de Oxry-Ovnimoron". Al año siguiente gana el premio de la desaparecida revista Letra Grande con su libro "Cuentos ozamenses de hogaño y antaño", que no recuerdo si llegó luego a publicarse. En 1984, recibe dos menciones en el certamen de Freddy Ginebra por sus narraciones breves "Problema de conciencia" y "Cómplice de la subversión". En 1989, vuelve a repetir mención en el mismo concurso, del cual se hizo asiduo, con su sabroso relato "Donoso, jocoso por lo goloso", en el que serví como jurado. Y termina ese periplo en Casa de Teatro con otro reconocimiento por su cuento "Inocencia regresó para quedarse", en 1990.
Como podemos ver, Rivera Aybar hizo toda su obra literaria en apenas un decenio, el de los ochenta, si tomamos en cuenta que su obra cumbre "El reino de Mandinga" ganó el Premio Siboney en 1985, con el respaldo de un jurado formado, nada más ni nada menos que por José Alcántara Almánzar, Virgilio Díaz Grullón y Ramón Francisco. Publicaría en 2003 su último libro, la novela "El mundo profanado de Adelaida Canales", una obra que él afirmaba que había escrito muchos años antes. Empero, creo que hoy han de ser muy pocos los escritores de las nuevas generaciones que conozcan su obra y mucho menos los que se han referido a la misma para evaluarla o reconocerla. No yerro, tal vez, si digo que, salvo apariciones en los ficheros de algunos diccionarios, solo Diógenes Céspedes y quien suscribe hemos hablado de la obra de Rivera Aybar.
Hace dieciséis años, en 1999, yo escribí sobre su novela "El reino de Mandinga", intentando rescatarla del olvido, puesto que a pesar de haber sido laureada, las ediciones de Siboney por razones de mercadeo tenían muy escasa circulación. El propio Rivera Aybar, con quien tuve pocos contactos -raras veces asistía a los convites literarios y si lo hacía no se dejaba notar- me envió su libro dedicado con estas palabras: "Me he permitido hacerle llegar este ejemplar de mi novela ganadora del premio Siboney 1985, el cual, por razones muy explicables en nuestro país, aún no ha llegado al gran público. Sírvase usted leerla. Espero que la misma le merezca algún comentario". Y claro que la leí y la comenté. Pero, cuestionaba en aquel viejo artículo por qué esta narración era ignorada por la crítica, siendo como era, y sigue siendo a mi juicio, una de las mejores novelas de nuestra historia literaria. Decía entonces que la obra referida es un gran fresco histórico sobre nuestros avatares socio-políticos, concebida con una poderosa fuerza imaginativa y un lenguaje lúcido y hermoso que identifica, y quizá iguale, a su autor, con la gran novelística latinoamericana de los últimos años del siglo veinte.
Me la jugaba entonces. Más de uno pensó y dijo que yo exageraba. No habían leído la novela, desde luego. Pero, continué abordando su contenido y trascendencia, como siempre, sin inmutarme por las críticas soterradas. Señalaba que trasponiendo personajes y hechos, pero en dinámica sintonía con las fuentes históricas, Rivera Aybar enhebra los capítulos más descollantes de nuestra historia, desde el Descubrimiento hasta la Era de Trujillo, pasando por sobre ellos mediante acrobacias lingüísticas y técnicas, vigorosamente depuradas. La tantas veces manida versión de algunos analistas literarios de que es preciso para construir la gran novela nacional, a la que se aspira alegremente, que nuestros narradores busquen sus temas en nuestra realidad, la patentiza en esta novela Rivera Aybar, asomándose a los umbrales de nuestra historia y descendiendo -luego de un firme recorrido- a los más recientes episodios de esa vivencia histórica, dejándonos demostrado que, en todo ese trayecto, él ha encontrado la cantera inigualable por donde puede afincarse una narración sólida, potente, nítida, como la que pudo construir su talentosa imaginación en "El Reino de Mandinga".
Lucanor Arias es el Almirante, y Guaracocha es el "hacedor de todas la criaturas, Señor de Inframundo". De ahí se parte, desde la génesis que apunta la lógica histórica, y a ella se irán integrando las leyendas y los mitos, la ciguapa ("criatura del absurdo"), los indígenas, Guacayaraca, el cacique amistoso que probablemente sea Guacanagarix; la fiel Loipa y sus dos hermanas, cargadas de un hermoso simbolismo; las crónicas alternadas sobre el texto central, como muestra ejemplar de las relaciones lascasacianas y colombinas.
Y, luego, el clero, la travesía del descubrimiento, las conjuras contra el Almirante, la procedencia del mestizaje, los engaños a los caribes con sus barajitas, el guatiao (pacto con el diablo para cambiar de figura), imbricadas todas estas historias con otras no menos sorprendentes como las que el autor crea para determinar el origen de la homosexualidad, el desarrollo de la libido, y la inter-conexión con realidades de otros periodos históricos posteriores.
En medio de ascendencias y descendencias, el novelista hace su original y dislocado paseo por la historia, para encontrar los antecedentes del dictador Adriano Mandarria. Aquí recrea esa realidad contemporánea con la técnica del realismo mágico, y descoyuntando los episodios de la realidad y sus propios nombres protagónicos, relata esas vivencias recogidas algunas por la oralidad, para referirnos los desajustes sicopáticos de la satrapía, su listado de aduladores atemorizados, entre los que destaca -con gran fuerza simbólica- el denominado Leoncio Ventura, personaje "de fríos nervios", que acaba al final obteniendo un ascenso en los manejos del poder que nadie pudo antes sospechar.
La capacidad de trasladar imágenes de la realidad y de interpolarlas en el texto con un sentido de unidad arbitrariamente bifurcado hacia un solo e invariable dominio temático, hace de Rivera Aybar un autor en condiciones de superar los yerros y limitaciones de nuestra novelística y de encauzarla hacia nuevas vertientes. Se le podrá sacar en cara, probablemente, su enorme influencia garciamarquiana, pero esto no es un pecado aunque muchas veces la incapacidad de algunos para cortejar este estilo con propiedad pueda señalar lo contrario. Empero, son múltiples los hallazgos narrativos que, para nuestra novelística, conquista este autor. Esas descripciones del dictador Mandarria, su vida de "chulo", sus pasiones, sus crímenes, sus conspiraciones; el genial monólogo que hace este personaje, el origen del mote de Mandinga; la poca utilización del diálogo en el texto, insertado en ocasiones con extrema economía y cuidado; los cambios inesperados en las actuaciones de los personajes, y en algunos casos, en sus propios destinos -como sucede con Mandarria- a fin de desubicar al lector que, en el encauzamiento narrativo, pretenda en algún momento ver una simple recreación histórica, cuando en verdad el propósito -felizmente logrado- es otro muy diferente. En fin, una novela sólida, estructuralmente vigorosa, de hermoso y muy bien calibrado lenguaje, que merece estar en una posición cimera dentro de la novelística dominicana actual.
Eso escribí en 1999. Diógenes Céspedes elogiaría luego, en el suplemento de El Siglo, "el buen decir y el tema" como los rasgos principales de la escritura de Rivera Aybar. Ahora ha fallecido y nadie, que sepa, en el mundillo literario lo ha recordado. Yo he querido hacerlo como un acto de homenaje a un narrador poco mencionado, muchas veces ignorado en las antologías y, sin embargo, de mucha importancia en todo el ir y venir de nuestra literatura. Un escritor me dijo en tiempo reciente que yo tenía razón cuando afirmé hace más de tres lustros que "El reino de Mandinga" era una de las mejores novelas dominicanas. Que lo que faltaba era que se leyera, que se conociera más. A lo mejor, la partida definitiva de Rivera Aybar motive a muchos a acercarse a la lectura de su novela y de su cuentística. Se lo merece.
“El reino de Mandinga”. Premio Siboney de Novela 1985. Ricardo Rivera Aybar. Ediciones Premio Siboney. Editora Taller: 1987/231 pp. A raíz de mi comentario de 1999, al no existir ejemplares de la primera edición en el mercado, Librería La Trinitaria hizo una segunda edición ese mismo año de la cual existen varios ejemplares aún en la referida tienda de libros de Virtudes Uribe.
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