Por OFELIA BERRIDO / APORTE
Al conmemorarse el 111 aniversario del fallecimiento del prócer puertorriqueño, la Universidad Interamericana, la Academia Dominicana de la Lengua y el Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas (Cedibil) coordinaron un emotivo homenaje que se inició con una ofrenda floral en el Panteón Nacional, donde descansan los restos del insigne hombre, con la participación de Ivelisse Prats de Pérez, Emilia Pereyra, Gustavo Adolfo de Hostos -nieto de Hostos-, Miguel Collado, Luis Carvajal y Leibi Ng. El evento concluyó con una conferencia en la Academia con la presencia de Gabriel Read, rector de la Universidad Interamericana; los escritores Manuel Salvador Gautier, José Enrique García y Miguel Collado, presidente de Cedibil y coordinador general del homenaje, entre otros escritores y admiradores de la obra de Hostos.
Hace décadas, con motivo de la graduación de mi padre de la Escuela de Ingeniería y Agrimensura, llegué a Mayagüez junto a mi madre. Fue así que conocí aquel pueblo de aguas claras, gente buena, trabajadora y solidaria. Tendría unos cinco años, pero nunca olvidaré el acogedor paisaje pueblerino que se observaba desde el pequeño balcón del viejo, pero agradable, Hotel de Doña Thalía, pensión de estudiantes donde vivía mi padre. La brisa tierna y salobre del terruño de Eugenio aún la siento en mis labios, y la cadencia del trote de los caballos que danzaban alrededor del parque central todavía colma de alegría mi corazón. Me resulta fácil imaginarme a Hostos caminando por las calles de su querido suelo, del hogar que lo vio nacer: de la patria que tanto soñó ver libre…
Según nos cuenta la investigadora puertorriqueña Carmen Vázquez:
“Siendo un joven adolescente y habiendo terminado su bachillerato, su padre envió a Eugenio María de Hostos a estudiar en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao, España, y en las facultades de Derecho y de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Pasado el tiempo y después al conocer la represión que sufrían Puerto Rico y Cuba, como consecuencia respectiva del Grito de Lares, en septiembre de 1868, y del Grito de Yara, tomó posiciones en contra del régimen colonial, asunto este que lo llevó a una vida de exilio casi permanente”.
En España, Hostos se puso en contacto con nuevas corrientes de pensamiento, tal como lo hicieron Juan Pablo Duarte y Simón Bolívar en su viaje a Europa. Su intelecto se fue abriendo al positivismo de Comte, escuela filosófica que consideraba que solo la ciencia puede brindar un conocimiento verdadero; estudió y quedó tocado, al igual que José Martí, por el krausismo, vía intermedia entre las dos grandes líneas del pensamiento germánico: el idealismo (en relación con el espíritu, ideas y teoría) y el materialismo (sustentado en la naturaleza, hechos y práctica).
Las ideas de Karl Krause cargaron los discursos de Martí y de Hostos de la certeza de que cada acción del hombre debe ir dirigida a la mejora de la sociedad. Eugenio se dedicó, además, a formarse en el pensamiento de los filósofos griegos, poniendo especial interés en Socrates. Estudió, del mismo modo, a Montaigne y a Rousseau, entre otros filósofos e importantes educadores. Y progresivamente aquellos conocimientos en una mente fértil y de pensamiento profundo y racional como la de Hostos se convirtieron en trascendentes e innovadoras ideas que lo azuzarían hasta ponerlas en práctica.
Desbordado de emoción concurría a círculos de ilustrados y participaba activamente en discusiones importantes sobre el colonialismo y el derecho a la libertad de los pueblos. Hostos se tornaba vehemente en aquellas discusiones y defendiendo las causas liberales españolas fue despertando la admiración de muchos, entre ellos emigrantes cubanos y dominicanos, y la animadversión de españoles resentidos con las ideas de este extranjero, para muchos atrevido y prepotente.
Todo ello convulsionaba las entrañas de aquel hombre que sufría en carne propia el abuso de los colonizadores; desde entonces, convirtió en su deber liberar los pueblos antillanos, al tal punto que dedicó su vida a lograr la libertad de Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo del dominio español. Avizoraba un destino común.
Poco a poco germinaba en él la que luego sería conocida como la “Filosofía Educativa Hostosiana”, que creía y confiaba en el hombre, en su capacidad creativa, en la cultura, la educación, la ciencia, el progreso y el desarrollo industrial. Pero la verdad es que según nos refiere Guadarrama (2014): “Aliado al liberalismo sus ideas resultaban demasiado avanzadas para países que acaban de salir del colonialismo o que luchaban por hacerlo”.
Empezó a sentirse rechazado, ya no era bienvenido en aquellas pláticas… Pero a pesar de todo, no se dio por vencido. No podía ni debía callar; entonces, logró expresarse escribiendo artículos y ensayos en periódicos y revistas. Pura catarsis que le permitió influir sobre los intelectuales de su época, los políticos y el pueblo que leía sus minuciosos trabajos que como dardos iban directo al blanco. Publicó, colaboró y creó periódicos en varios países de América Latina. Fue así como se incrementó la intensidad de los sentimientos duales que despertaba: los de sus admiradores y los de sus refractarios.
Desde aquel tiempo, Eugenio María de Hostos tenía un talento increíble para las letras: sabía escribir, la belleza de su verbo era notoria; persuadía a través de la palabra; su capacidad de razonar y argumentar era notable; su dominio sobre el arte de filosofar aumentaba su poder de convencimiento. Estaba claro, escribiría por el resto de sus días y lo hizo en todas las áreas en que incursionó.
En 1863 Hostos con 24 años publicó “La peregrinación de Bayoán”: diario, novela mítica y romántica de fondo histórico. En el prólogo a su primera edición, el autor escribió:
«Este libro, más que un libro, es un deseo: más que deseo, una intención; más que una intención, es sed.
Sed de justicia y de verdad: Intención de probar que hay otra dicha mejor que la que el hombre busca: Deseo de que el ejemplo fructifique».
Quiero, ahora, mostrarles su gran intuición; notoria en un fragmento de su “Estudio crítico de Hamlet”: pieza exótica y bien escrita en la que analiza a profundidad todos los personajes del Hamlet de Shakespeare. Veamos en un fragmento cómo aborda al príncipe de Dinamarca:
“Desde este punto de vista, Hamlet es un momento del espíritu humano, y todo hombre es Hamlet en un momento de su vida. Hamlet es el período de transición de un estado a otro estado del espíritu: del estado de sentimiento al de razón; de la idealidad a la realidad; de la inconsciencia a la conciencia del vivir”.
Increíble como escritor, como hombre tenía una ideología definida. Había tomado una decisión y no pararía hasta alcanzar los objetivos planteados, entre ellos el más importante: Las Antillas Confederadas -Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo como aliados en un fin común-. Sus objetivos, evidentemente, demandaban una lucha ardua e inquebrantable y el apoyo de gente de influencia y capital. Pero perseverante como era no abandonó su empeño en lograr las metas sobre las que había fundado su existencia. Y bajo la consigna de sus propias palabras: “No tengan tus acciones censor más severo que tú mismo”, perseveró en su lucha.
Continuó su trabajo político y periodístico, pero se le abrieron las puertas de la docencia llegando a ser profesor y director de escuela. Y así, incursionó en un mundo que le maravilló y que logró no solo dominar sino innovar con su visión humanística, moral y filosófica. Y así, nace en América Hostos el educador…
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