domingo, 28 de septiembre de 2014

Bosch 63: La Guardia Beligerante.

POR JOSÉ DEL CASTILLO
Cuando Juan Bosch –tras 31 años de férrea dictadura- asumió la presidencia el 27 de febrero de 1963, encabezando un auspicioso gobierno de reformas democráticas endosado por el 60% del electorado y un sólido respaldo internacional representado por Kennedy y los principales líderes europeos (De Gaulle, MacMillan, Adenauer), así como de las democracias de la región (Betancourt, Figueres, Muñoz Marín, Lleras Camargo, López Mateos, Villeda Morales, Bustamante), se encontró a su llegada al Palacio con la disyuntiva de remover los mandos militares heredados del Consejo de Estado o de mantenerlos en sus puestos. Una decisión que pesaría en el curso de su accidentada administración, abortada siete meses después en la madrugada del 25 de septiembre del 63, mediante un golpe de Estado concretado por la plana mayor de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. Conviene, a 51 años de distancia de estos hechos, examinar algunas claves que podrían ayudar a una mejor intelección de lo que entonces sucedió.
Cuando Bosch se cruzó la banda presidencial tricolor sobre su reluciente traje blanco, rodeado del vicepresidente Lyndon B. Johnson, Rómulo Betancourt, José Figueres, Francisco Orlich, Luis Muñoz Marín, Sir Alexander Bustamante y otros dignatarios extranjeros, ya los mandos militares dominicanos habían cogobernado 20 meses tras la muerte de Trujillo, durante la convulsionada transición. Con ejercicios de golpes y contragolpes, maniobras de persuasión empleando vuelos rasantes de los vampiros de la AMD sobre fortalezas del Ejército, movilizaciones de tanques del CEFA y despliegue de tropas de infantería. Eran las piezas del ajedrez militar local que se jugaría en esos tiempos. Los norteamericanos, por su lado, utilizarían la función disuasiva de la flota naval emplazada a la vista de todos desde el Malecón, para presionar salidas políticas que su diplomacia encaminaba febril en los pasillos del Palacio Nacional. Aparte de cabildeos puntuales de sus agregados militares y oficiales políticos entre la oficialidad de turno. Una práctica que se institucionalizaría con la creación del MAAG: Military Assistance Advisory Group.
Durante Trujillo –formado en la fragua de la guardia constabularia creada por los marines durante la Ocupación del 16 al 24, al igual que en Nicaragua- los militares fueron una fuerza rígidamente jerarquizada que obedecía a los intereses y dictados del “Ilustre Jefe”. Con la presencia en sus puestos de mando de familiares como su hermano Héctor, sobrinos como Virgilio García Trujillo o Luís Trujillo Reynoso, parientes políticos como Pupo Román Fernández, generales de confianza como Federico Fiallo, Ludovino Fernández y Fausto Caamaño. Así como los hijos de prominentes colaboradores civiles y militares del régimen, a los cuales se alentó seguir la promisoria carrera de las armas, para acompañar al heredero escogido, Ramfis. A quien siendo un niño se le colocó quepis y traje de oficial y al finalizar el régimen ostentaba la jefatura del Estado Mayor General Conjunto de Aire, Mar y Tierra. Razón por la cual la oposición anti trujillista le bautizó como el Pato, ridiculizándolo en la transición.
Desde el ajusticiamiento de Trujillo el 30 de mayo hasta la salida de Ramfis del país el 18 de noviembre del 61 –dejando una estela de sangre con el cobarde asesinato de Hacienda María-, operó la fórmula del binomio Balaguer-Ramfis, apuntalado por la administración Kennedy como una forma de garantizar la estabilidad en un escenario de transición controlada en tanto se pudieran organizar elecciones libres. Conforme me relatara en 1978 en Washington, en la confortable biblioteca de The Wilson Center, Arturo Morales Carrión, historiador, diplomático y miembro destacado del partido de Muñoz Marín, a quien tocó desde su posición como Deputy Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs en el Departamento de Estado, bregar directamente con la crisis dominicana en interlocución con el presidente Kennedy y su equipo de seguridad nacional.
Con la huida de Ramfis se produjo el intento de Negro y Petán por retener el poder. El 19 de noviembre, en un escenario dramático en Palacio que tuvo como actores al presidente Balaguer, al Encargado de Negocios John Calvin Hill y a los susodichos Trujillo, con la presencia amenazante de la flota naval americana silueteada frente a la costa dominicana, se selló la salida de los Trujillo y se abrió la historia del protagonismo beligerante de los altos oficiales. Con principalía de miembros de la Aviación, como Rodríguez Echavarría, quien desde la base de Santiago forzó una definición de las FFAA a favor del poder civil. El binomio Balaguer-Echavarría sería a su vez desplazado tras el efímero autogolpe del 16 de enero del 62 que pretendía suplantar al Consejo de Estado instalado al iniciar el año y que gobernaría hasta el 27 de febrero del 63.
En esa dinámica, entre el 30 de Mayo del 61 y el ascenso de Bosch, se formaron en las FFAA y la PN grupos con dominio de áreas de poder delimitadas. Se sabía que Antonio Imbert, sobreviviente del grupo magnicida ordenado general por ley y miembro del Consejo de Estado, controlaba la Policía con Belisario Peguero en su jefatura. Julio Rib Santamaría ejercía el mando en la Marina, en el Ejército Renato Hungría Morel, en la Fuerza Aérea Miguel Atila Luna. Y el coronel Wessin y Wessin comandaba el poderoso CEFA en San Isidro. Viñas Román encabezaba la secretaría de las FFAA, con despacho en el Palacio. Cada grupo tenía su esfera de dominio. Realmente negociaban, pulseaban, conciliaban, pactaban. Con creciente influencia de los attachés americanos.
Aunque en la coyuntura electoral los militares preferieron a Bosch ante la amenaza de un Viriato que predicaba la “destrujillización” de las FFAA, los reportes de inteligencia de la CIA indican que desde el principio de su mandato los jefes no se sentían cómodos con el presidente. Reportes muy interesantes, bastante objetivos y comprensivos con Bosch. Igual consigna en sus informes el embajador John Bartlow Martin, un febril componedor en la difícil escena dominicana. Asimismo las evaluaciones del Departamento de Estado.
A despecho de la recomendación del presidente Rómulo Betancourt –quien sugirió la remoción del cuadro de mandos militares aprovechando la presencia suya y de los otros dignatarios que vinieron a los actos de toma de posesión, incluido el vicepresidente Lyndon Johnson-, Bosch decidió continuar con los jefes castrenses heredados del Consejo de Estado, tal como le aconsejó el embajador norteamericano. ¿Cuáles razones pesaron? Era evidente que EEUU prefería esta opción, bajo la premisa de que podía manejarse más cómodamente en la nueva situación que el gobierno de Bosch representaba, con sus attachés militares trabajando con contrapartes locales ya conocidas y confiables. Algo válido incluso para presionar al propio Bosch, al potenciar la función de intermediación de la embajada entre el presidente y los mandos.
En este contexto, conviene resaltar que Bosch –un actor experimentado en las lides políticas caribeñas, dotado de un aguzado ojo escrutador y de articulada capacidad analítica- debía conocer las implicaciones que esta decisión tenía, en términos de grados de libertad en sus relaciones con los militares. Pero a la vez, era una manera de compartir responsabilidad en cuanto a garantizar la estabilidad del orden político democrático en ciernes, respecto a un poderoso sector de difícil control, en cuya estructura de mandos no había tenido que ver, heredada del Consejo de Estado y los arreglos arbitrados por el propio Martin y sus attachés. De hecho, la dinámica de estas relaciones trianguladas descansó en gran medida en esta premisa, al Bosch entender que la administración Kennedy estaba comprometida con el experimento democrático y tenía la capacidad operativa e influencia bastante para garantizarlo. Era como contar con una póliza con cobertura de riesgos.
Tanto el libro del embajador Martin Overtaken by Events y sus memorándum desclasificados –ricos en detalles sobre las relaciones con el presidente- como la obra de Bosch Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, ilustran sobre el manejo del asunto militar. A contrario de la sobreestimación del papel de EEUU en el golpe, todavía con zonas de sombra, se puede afirmar que el gobierno duró 7 meses, con la Crisis de los Misiles rusos y la paranoia anticomunista existente, debido a la intervención para apuntalarlo del embajador Martin. En calidad de “procónsul del Imperio” como le bautizó el opositor Jimenes Grullón. Bosch afirma en su libro que en varias oportunidades “hubo fecha para el golpe de Estado”. Para evitarlo, conforme los análisis de inteligencia, se empleó el poder disuasivo de EEUU. El presidente usó al embajador como escudo protector frente a los militares y éste, a su vez, a los agregados militares para reiterar el compromiso de la administración Kennedy con el orden democrático y las reformas en la República Dominicana.
Según perfiles de inteligencia sobre su personalidad, Bosch se manejó con independencia de criterio y equidistancia frente a Washington y Moscú, como declaró en ocasiones, en medio de confrontaciones ideológicas y geopolíticas. Pero Moscú no tenía influencia aquí, salvo el minúsculo PSP. Evaluaciones norteamericanas de la situación apuntan a que el gran riesgo para la estabilidad del gobierno, como Juan Bosch estimaba, provenía de los militares. No tanto de la derecha política. Que si ésta lograba convencer a los militares de la pertinencia del golpe sería muy difícil preservarlo. A menos, tal como se contempló en una reunión entre Bosch, Martin y Sacha Volman, que se movilizara un portaaviones como freno disuasivo de último momento para evitar la concreción del golpe.
Juego de poder, falta de cultura democrática, temor a una “segunda Cuba”. Todo incidió el 25 de septiembre para madrugar con golpe. “Cheché –me despertó la abuela Emilia-, tumbaron a Juan Bosch”.

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