viernes, 8 de febrero de 2013

Mario Vargas Llosa y la civilización “light”


Escrito porDIÓGENES CÉSPEDES
Ya casi al final del ensayo central de su obra “La civilización del espectáculo”, Vargas Llosa cierra con la glosa del libro de Frédéric Martel, “Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas” al cual ha calificado el escritor hispano-peruano de “fascinante y aterrador” y de “ambicioso reportaje, hecho en buena parte del mundo, con centenares de entrevistas, sobre lo que, gracias a la globalización y a la revolución audiovisual, es hoy día un denominador común, pese a la diferencia de lenguas, religiones y costumbres, entre los pueblos de los cinco continentes.” (P. 30).
Parece que Vargas Llosa se asombra de que Martel en su obra de más de 800 páginas e igual número de entrevistas, solamente hable de un libro, y de un libro “light”, como todos los de ese autor, Dan Brown, es decir, de “El código Da Vinci”, y que únicamente haya entrevistado a una sola escritora, la crítica de cine Pauline Kael.
Como asombrado, por si no fuera ya suficiente con un novelista frívolo y una crítica de cine del mismo jaez, puesto que pertenecen ambos al mundo de la cultura “light”, Vargas Llosa dice que en la obra de Martel no se habla “ni de pintura o escultura, ni de música o danza clásicas, ni de filosofía y humanidades en general, sino exclusivamente de películas, programas de televisión, videojuegos, ‘mangas’, conciertos de rock, pop o rap, videos y tabletas y de las ‘industrias creativas’ que los producen, auspician y promueven, es decir, de las diversiones del gran público que han ido reemplazando (y terminarán por acabar con ella) a la cultura del pasado.” (Ibíd.)
Vargas Llosa es un novelista de talento y un ensayista perspicaz, pero la teoría del signo que lo trabaja en el inconsciente es responsable de su apocaliptismo, es decir, de una teleología inventada por los crisólogos y los metafísicos acerca del fin del mundo y de todo lo creado por el ser humano: el  organicismo del nacimiento, crecimiento, desarrollo y muerte de todo lo viviente.
Nada ni nadie acabará con la cultura del pasado. Ni siquiera la que ha reemplazado a la “alta cultura”, compuesta esta última de las obras que son ritmo-sentido (las que usan el lenguaje “humano”) y de las que son ritmo-significación (las que usan los sistemas de signos semióticos). He entrecomillado humano en son de guasa, o como pleonasmo para quienes todavía creen que hay otro tipo de lenguaje que no sea humano. Como el de las abejas,los animales, las flores, el amor, etc., que Benveniste ha estudiado y acantonado dentro de los sistemas de comunicación de signos, o sea en la semiótica. Pero la vulgata se resiste a creer en este portento de lingüista y da más fe, casi religiosa, al estructuralismo y al generativismo o a cualquier teoría inventada por los lingüistas o filósofos que comulgan con la hostia de la teoría del signo.
Una obra artística puede desaparecer por la acción deletérea del ser humano o de la naturaleza (la Venus de Milo o la Gioconda, que son obras semióticas), pero las obras de valor literario (El Quijote, la Divina Comedia, el Viejo Testamento, las obras de Homero, Shakespeare, Hugo, y otros tantos genios) no pueden desaparecer, porque son discursos, y los discursos ni se destruyen ni desaparecen, a menos que no desaparezca nuestro planeta.
De modo que toda esa cháchara y sus productos “light” son pasajeros y nada pueden en contra de los discursos de valor literario y las obras de valor semiótico, las cuales estarán siempre ahí, esperando a que la borrachera de la frivolidad claudique y pase a formar parte de esos objetos curiosos que se venden en las subastas o en las tiendas de anticuarios. Todos los productos semióticos citados por Vargas Llosa, siguiendo la obra de Martel, están condenados a perecer, porque no son valor, sino ideologías de época que han eclipsado momentáneamente, como ya ha ocurrido en el pasado en numerosas ocasiones a las obras de valor artístico y literario.
Si Vargas Llosa hubiera estudiado un libro pequeñito, pero tupido, que publicó en España Enrique Rojas con el título “Una vida sin valores. El hombre light. Buenos Aires: Planeta, Colecc. Booket, 28ª ed., 2004, no se hubiera visto obligado, aunque parezca extraño,  a utilizar como fuente primaria única a Debord, Lipovetsky-Serroy y Martel. Debo colegir que no lo leyó, pues no lo cita en el cuerpo de su “Civilización del espectáculo”. Si lo leyó, quizá lo consideró una repetición o un texto inútil. Sin embargo, en la última edición  actualizada y ampliada y con la mitad del título cambiada, Rojas, en el nuevo prólogo, cita no solo a Eliot, Debord, Steiner y alude al título del libro de Lipovetsky-Serroy, sino también a Martel y al propio Vargas Llosa y su “Civilización del espectáculo” en la página 14 de “El hombre light. La importancia de una vida con valores” (Madrid: Temas de Hoy, 2012). El método diferencia a Rojas de Vargas Llosa. Casi siempre los escritores de ficción que incursionan en el ensayo se saltan esos protocolos metodológicos al creerlos inútiles a la libre expresión de las emociones y sentimientos salidos del corazón (empirismo subjetivista). Pero…
El cerebro, el lenguaje y el cuerpo-mente son una misma y única materialidad que el sujeto. El cerebro es una unidad dialéctica con dominante del lenguaje y del cuerpo-mente y es la energía que produce el discurso y el sentido, las emociones y los sentimientos en la compleja división del trabajo especializado de cada una de las partes de ese todo como sistema anatómico.
En el pequeño libro, Rojas, siquiatra, describe el mundo donde vivimos hoy después de la caída del socialismo autoritario de partido único con la clarinada del derribamiento del muro de Berlín: “Desde hace ya unos años que me preocupan los derroteros por los que se dirige la sociedad opulenta del bienestar en Occidente, y también porque su influencia en el resto de los continentes abre camino, crea opinión y propone argumentos. Es una sociedad, en cierta medida, que está enferma, de la cual emerge un hombre “light”, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo-consumismo-permisividad-relatividad.
Todos ellos enhebrados por el materialismo. Un individuo así se parece mucho a los denominados productos ‘light’ de nuestros días: comida sin calorías y sin grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar, mantequilla sin grasa… y un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones.” (P. 11).
Rojas compara la tetralogía nihilista con una mesa de cuatro patas. En el tope está  el sistema socio-económico-político-cultural (=la sociedad globalizada o planetaria)y debajo las cuatro patas (=hedonismo-consumismo-permisividad-relatividad). Los sujetos de la sociedad globalizada o planetaria vegetan en ese sistema y ninguno puede abrazar una sola pata de la mesa, sino las cuatro simultáneamente. Ese es el fenómeno descrito por Debord, Lipovetsky-Serroy y Martel, pero este último está implicado como sujeto en su propia investigación, mientras los demás ejercen, aun dentro de la política del signo, una crítica a ese tipo de sociedad. Enrique Rojas es más radical que todos y concluye: “El hombre ‘light’ carece de referentes, tiene un gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo. Esto es lo grave.” (Pp. 11-12).
El siquiatra español empuja al máximo la descripción, ideología, política y actitudes del sujeto ‘light’ ante el arte y la literatura de valor y cómo está atrapado en la red de la tetralogía nihilista, pero Rojas trabaja para que el paciente se conciencie de su situación y se sacuda. ¿Cómo lo logrará? Rojas dice que ese sujeto debe volver a los valores de la cultura, que son lo contrario a la tetralogía nihilista.

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