El filólogo y académico José Antonio Pascual facilita claves para no maltratar la lengua española en su libro "No es lo mismo ostentoso que ostentóreo", un ameno ensayo en el que comenta la azarosa historia de algunas palabras y anima a no desalentarse por los errores que se cometan al hablar o escribir.
"La lengua no es una enemiga a la que debamos combatir por sus normas extrañas, sino un entrañable instrumento que hemos de tratar de manejar cada vez mejor a lo largo de nuestra vida", afirmaba hoy Pascual, vicedirector de la Real Academia Española, en la entrevista que concedía a Efe con motivo de la publicación de este libro.
Editado por Espasa, el libro refleja la pasión que siente el autor por la lengua española y también "es fruto de una tristeza": la muerte de su hermana Carmina, con la que, a lo largo de muchos veranos junto al mar, hablaba de dudas y errores lingüísticos.
Ella era "más purista" que Pascual, pero al final este "filólogo duro" -como él mismo se define-, que se dedica a "las sibilantes de la Edad Media, a los catalanismos en el siglo XV" y cuestiones similares, la convencía de que "lo importante es saber por qué se cometen los errores y cómo corregirlos".
El libro puede considerarse también "un manual de autoayuda". Los problemas que afectan a algunas palabras "no terminan en el diccionario", que Pascual considera "una especie de servicio de urgencia de la lengua, para salir del paso; una guía de teléfonos".
Hay otras muchas formas de solucionarlos, como acudir a la literatura, a los bancos de datos de la Academia o al Nuevo Diccionario Histórico del Español, dirigido por Pascual y cuyo corpus inicial se puede consultar en la página web de la RAE.
A lo largo de esta obra late el convencimiento de su autor de que no hay que darle demasiada importancia a algunos errores, como el "ostentóreo" que figura en el título y que utilizaba el empresario y político español Jesús Gil y Gil tras mezclar los adjetivos "ostentoso" y "estentóreo", manteniendo el significado del primero ("llamativo por su apariencia lujosa o aparatosa").
Lo curioso es que también el excelente novelista Juan Benet decía en un libro suyo: "Don Tertuliano, con su ostentórea presencia...", y lo hacía antes que Gil y Gil. Benet "cruzó esos términos a conciencia. ¡Qué bonita idea!", afirma Pascual. "Yo creo que voy a decir 'ostentóreo' en el futuro, añade con humor este filólogo salmantino.
Y, si de errores va la cosa, el autor se detiene en otro que también comete mucha gente: utilizar "escuchar" con el significado de "oír". Es tan frecuente que caen en ello escritores como Vargas Llosa, Benedetti, Ricardo Piglia, Pérez-Reverte, Miguel Delibes, Juan Marsé, Rosa Montero o Manuel Vicent, y el libro contiene ejemplos de todos ellos.
También algunos autores confunden mirar y ver: "Mirando llover por los vidrios", dice Piglia.
Detentar es otro verbo que induce a error. Significa "retener y ejercer ilegítimanente algún poder o cargo público", y no se puede decir por tanto "detentar una cátedra". El error está tan extendido que Pascual pide que se incluya en el diccionario el significado que le da ya tanta gente.
Hasta escritores de primera fila -"son humanos también", dice Pascual- confunden pavés (un escudo) con pavesa (partículas ardientes que se desprenden de un fuego); égida (un tipo de escudo con que se representa a Júpiter) con "hégira", la era de los musulmanes.
En la azarosa vida de las palabras que cuenta el autor, el lector verá que "recordar" fue sinónimo de "despertar", y de ahí el comienzo de las "Coplas a la muerte de su padre", de Jorge Manrique: "Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte"). Ese "recordar" por despertar se oye hoy en algunos pueblos españoles y americanos, y está en Borges ("Hubiera preferido recordarse con el sol ya bien alto").
Y es que "las palabras van cambiando". Hoy se "adereza" una ensalada, pero en el Quijote se podía "aderezar" una lanza que estuviera estropeada, o "aderezar" a un niño para que saliese presentable a la calle, comenta Pascual.
Curiosa evolución de la de "avieso", que procede del latín "aversus" (desviado, apartado, torcido) y ese desvío es el que explica que hoy signifique "malo". O la del adjetivo "ejido" (el terreno que está a la salida del pueblo) cuando adquiere el significado de "loco", es decir "el que está fuera de sí mismo".
El verbo "divertir" significaba "apartar" y "apartarse", como el latín "divertere", y ese es el sentido que tiene cuando, en el ámbito de la guerra, se dice que hubo "una acción de diversión hacia el enemigo".
A veces, lo que algunos toman por error no lo es en realidad: "meterete" aparece en la traducción de un libro de Umberto Eco, y hay quien cree que deberían haber puesto "metomentodo". Pero esa voz se emplea con el significado de "meticón" en la Argentina y el Uruguay, y Pascual la recuerda de un libro de su niñez, "Las tribulaciones de Meterete".
La clave para solucionar todos estos problemas "está en la lectura, lectura, lectura", subraya Pascual. Ana Mendoza
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