LA DELINCUENCIA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA
Por Henry Manuel Herrera
(Miembro del Taller Literario triple Llama: estudiante de Derecho)
“La violencia jamás resuelve los conflictos, ni
siquiera disminuye sus consecuencias dramáticas”. Juan Pablo II, Papa de
la Iglesia Católica desde el 1978 hasta el 2005.
La delincuencia ha permeado nuestra sociedad, que no
quepa la menor duda; si tomamos un periódico y lo exprimimos chorreará la sangre
de cientos de ciudadanos que cayeron abatidos por las crueles y despiadadas
manos de bandidos.
Los ejemplos abundan, pues sólo basta encender la
radio o la televisión, leer la prensa o escuchar los relatos de quienes nos
rodean; siendo esto un indudable presagio de que las medidas que se han tomado
para combatir la violencia y la criminalidad han fallado, y que debemos
implementar otra estrategia encaminada a solucionar este infierno dantesco del
diario vivir.
No hay una sola persona que no se sienta indignada
ante estos hechos sangrientos; sin embargo, tomar justicia por nuestras propias
manos no es la solución. La Ley del Talión no está vigente. Existe la justicia,
aunque a veces es injusta por todo el procedimiento que conlleva; no obstante,
es ese mismo procedimiento el que permite garantizar que no se irrespeten ni
los principios que rigen el ordenamiento jurídico ni los derechos fundamentales.
La medicina para curar la enfermedad delincuencial
debe ser de tipo preventiva, puesto que es más fácil evitar que algo ocurra que
tratar de solucionarlo una vez que el daño esté cometido. Aumentar los niveles
de represión traerá más odio y más daño (y esto se puede sustentar con
filosofía); ¡no nos engañemos! Es inútil aumentar las penas del Código Penal
y/o del Código del menor sin una política dirigida a corregir los problemas
sociales que acarrean que un joven, con un futuro por delante, caiga en las
garras de la delincuencia; y si no existe esta prevención, pes las penas no
resocializarán; mas, sólo seguirán aumentando la marginalidad.
Empero, para quienes están obligados a dar el ejemplo,
es más fácil apostar a la represión y ordenar a los encargados del “orden
público” a que acaben con la vida de los delincuentes, quienes, aunque suene
extraño para algunos, tienen derecho a ser reintegrados a la sociedad, si
nuestras cárceles les ofrecieran un sistema de reinserción óptimo, pero ese es
otro tema fallido y del cual nos ocuparemos en otro momento.
La ciencia, entendida como el máximo saber en todas
las ramas, ha demostrado que existen circunstancias que causan que un hombre
delinque, cabe destacar algunas escuelas cuyos aportes a la humanidad son
extraordinarios, verbigracia, la escuela positivista, que tuvo como exponentes
a los italianos Cesare Lombroso con su teoría del delincuente nato, teoría que,
a mi juicio, ya no se corresponde con la realidad; Enrico Ferri con su tesis de
que el hecho de delinquir se debía a la conjugación de 3 factores: físicos,
individuales y sociales, y Rafael Garófolo, quien acuña por vez primera el
término criminología, con su planteamiento de la anomalía moral y trastornos
psicológicos; a esta escuela le siguen las escuelas antropológicas y
sociológicas, las cuales encuentran sus máximos representantes en Vidal y
Magnol, quienes plantean que la acción no se debe a la voluntad libre, sino a
elementos tanto externos como internos que condicionan la conducta del ser humano,
y esto es lo que conviene destacar, los elementos externos (sociales) que hacen
que el hombre delinque, la sociología considera esa postura como la fundamental
y de hecho yo también.
Antes de juzgar debemos analizar a profundidad que
mueve a una persona a delinquir y en esa ponderación o investigación, si se
quiere decir así, encontraremos que existen nexos comunes entre los
delincuentes, tales como: problemas económicos, conflictos familiares, pobreza,
desempleo, bajos niveles de educación y situaciones que torcieron la conducta
del niño, hoy adulto, y lo condujeron a no distinguir entre el bien y el mal y
a no buscar la virtud, virtud de la que hablaban los griegos.
Resulta irónico que quienes están llamados a defender
y a legislar a favor de la Carta Magna (ojo, no todos), sean los que propugnen
que se lesione el bien jurídico (sagrado) que es la vida, consagrado por el
art. 37 de nuestra Constitución, por el art. 3 de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, por el art. 4 de la Convención Interamericana de los
Derechos Humanos y por la mayoría de los Tratados Internacionales que nuestra
República ha firmado y ratificado y que, por ende, está obligada a respetar.
¿Quién no se ha sentido impotente al ver como sufren
nuestros seres queridos por los actos delincuenciales?; ¿cuántas lágrimas no se
han derramado por parte de quienes han perdido a alguien por culpa de este
mal?, pero, a pesar de todo, es al Estado y no a nosotros, a través de uno de
sus poderes, a quien le corresponde juzgar a los transgresores de las normas,
porque no vivimos en una selva, hemos hecho un contrato social con el Estado
para que sea éste el garante de nuestros derechos; Ahora bien, lo que sí
debemos exigir es que se cumplan las leyes y que se invierta en medidas preventivas
para que se regulen los factores que pueden incidir, aunque de manera
indirecta, en el aumento de los crímenes, por ejemplo, el morbo televisivo, los
programas radiales de chabacanería, la cultura musical (la letra de las
canciones, incluyendo videos musicales, los cuales, en su mayoría, sólo
promocionan la discriminación de género, el sexo, la violencia y las drogas, y
que se convierten en prototipos para la juventud), los videojuegos violentos[1],
las películas morbosas que dominan el mercado y más recientemente las
telenovelas de narcos que convierten en mártires a quienes en el pasado fueron
monstruosos criminales y van penetrando poco a poco en el subconsciente de
nuestros jóvenes, confundiéndoles la mente.
Así pues, como
se ha podido esbozar a lo largo de este artículo, el tema de la delincuencia es
más complejo de lo que parece, no se soluciona con “dar pa’bajo” ni con aumentar las penas, eso es lo más fácil y
muchas veces el camino más fácil suele costarnos “la sal por el chivo”, y esto
requiere de un estudio pormenorizado de nuestro entorno social, y si logramos
corregir dicho entorno, lograremos no sólo disminuir la delincuencia, sino
también corregir otros males como la desigualdad social, la pobreza, el
analfabetismo, la indiferencia social, el pesimismo colectivo que provoca que
se cumplan las profecías del efecto Pigmalión, entre otros, porque todo,
queridos amigos, está interconectado, como si fuese un círculo vicioso del cual
muchos no pueden salir, a menos que les tendamos la mano, y mientras no lo
hagamos, seguiremos siendo víctimas de este sistema que nosotros mismos hemos
creado con nuestras acciones, omisiones e indiferencias; más que fomentar la
represión y aumentar las penas, mejor aumentemos la igualdad, fomentemos las
oportunidades, garanticemos un sistema óptimo de salud, educación, sobre todo a
quienes vienen subiendo, porque como dijo Pitágoras (sic) “educad al niño y no será necesario castigar al hombre”. En un próximo articulo destacaremos cómo la
indiferencia social puede llegar a afectarnos y el peligro que conlleva que
veamos todos estos hechos de sangre como algo normal, debido a la frecuencia
con que ocurren y a la cual nos tienen acostumbrados.
20 de diciembre de 2012
[1] Tras la cruel matanza
de Newtown, Connecticut, el senador estadounidense por el Partido Demócrata,
Jay Rockefeller, ha propuesto al congreso norteamericano la realización de un
estudio encabezado por la National Academy of Sciencies (Academia Nacional de
Ciencias) para determinar el impacto que tiene en la mente de los jóvenes los
videojuegos con violencia. Quien cometió el crimen, Adam Lanza, pasaba horas
muertas en el computador y jugaba videojuegos sangrientos y de guerra.
0 comentarios:
Publicar un comentario