EL POEMA
Por Pedro Ovalles
El poema pone a prueba no tan sólo los signos y los símbolos del
presente que nos arropa, sino, también, el lenguaje de la época y la
lengua-cultura del sujeto que lo escribe. Émile Benveniste, quizás el máximo
exponente de la Lingüística de la contemporaneidad, investigador acucioso de
origen francés, pues dijo que “el que escribe se introduce en su propia habla y
enuncia a los demás”.
Otro francés, no menos acucioso, lingüista también, filósofo y excelente
esteta: Henri Meschonnic, hizo famosa la emblemática frase siguiente: “El que
escribe se escribe”. Por lo que se colige que nada mejor que el lenguaje para
delatarnos de lo que somos y no somos a la vez. Más que otra gestualidad
lingüística, la poesía, si es de valor, o tiene novedad, pone en crisis todas
las ideologías vigentes, y ninguna razón de Estado, ni ningún otro poder
fáctico, puede reducirla a sentidos convencionales.
De ahí su poder mágico para develar la condición humana en toda su
desnudez candorosa y trágica. En el lenguaje es que hay que buscar los valores
de un texto literario, entendido como discurso que entabla cierta relación con
otras instancias que entran en analogía dialéctica con la vida y obra del
creador y su contemporaneidad. Pues en cada lectura, en cada sujeto y en cada
época, sigue siendo una novedad el poema: subversión del statu quo, permanente
fiesta de los sentidos por los caminos del pensamiento, siempre de la mano de
la imaginación y la intuición.
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