sábado, 26 de enero de 2013


EL POEMA

Por Pedro Ovalles

El poema pone a prueba no tan sólo los signos y los símbolos del presente que nos arropa, sino, también, el lenguaje de la época y la lengua-cultura del sujeto que lo escribe. Émile Benveniste, quizás el máximo exponente de la Lingüística de la contemporaneidad, investigador acucioso de origen francés, pues dijo que “el que escribe se introduce en su propia habla y enuncia a los demás”.

Otro francés, no menos acucioso, lingüista también, filósofo y excelente esteta: Henri Meschonnic, hizo famosa la emblemática frase siguiente: “El que escribe se escribe”. Por lo que se colige que nada mejor que el lenguaje para delatarnos de lo que somos y no somos a la vez. Más que otra gestualidad lingüística, la poesía, si es de valor, o tiene novedad, pone en crisis todas las ideologías vigentes, y ninguna razón de Estado, ni ningún otro poder fáctico, puede reducirla a sentidos convencionales.

De ahí su poder mágico para develar la condición humana en toda su desnudez candorosa y trágica. En el lenguaje es que hay que buscar los valores de un texto literario, entendido como discurso que entabla cierta relación con otras instancias que entran en analogía dialéctica con la vida y obra del creador y su contemporaneidad. Pues en cada lectura, en cada sujeto y en cada época, sigue siendo una novedad el poema: subversión del statu quo, permanente fiesta de los sentidos por los caminos del pensamiento, siempre de la mano de la imaginación y la intuición.

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