domingo, 14 de diciembre de 2014

Divagaciones sobre Harold Bloom y ferias del libro.

POR JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
Harold Bloom, el newyorquino que se convirtió a partir de los noventa en el gran gurú de la crítica literaria universal, ha puesto a los escritores en el candelero, al declarar por estos días que no hay nada “radicalmente nuevo” en la literatura contemporánea.
A sus 84 años, Bloom, adicto como todo buen norteamericano a los flashes mediáticos, lanza un misil que va directo al corazón de los escritores de nuestros tiempos, muchos de ellos urgidos a escribir por la industria editorial para mantener sus volúmenes de ventas, y otros más empeñados en sacar a la luz sus escrituras, aún a riesgo de afectar el buen nombre heredado de sus anteriores creaciones.
El autor de “El canon occidental” que, de alguna manera, creó un espacio nuevo a la visión y misión de la crítica literaria, es un aficionado a la porfía intelectual. Retador, mueve la coctelera literaria cada cierto tiempo con criterios que, nos parece, contienen aciertos y deslices. Mucho más los primeros que los segundos. Y el más reciente que ha colocado sobre la mesa, sigue la misma ruta de los anteriores.
Por supuesto, comenzaron de inmediato a concurrir al banquete del debate los comensales más variopintos. Los que, como el argentino Martin Kohan, afirman que, con toda certeza, el parecer de Bloom no hay forma de refutarlo, porque hay mucha basura en la producción literaria actual. El ex ministro de cultura español, poeta y ensayista, César Antonio Molina, ha dado vueltas al pandero y ha escrito que, en efecto, “no hay nada radicalmente nuevo en la creación literaria y, probablemente, no lo vuelva a haber”. Molina se explica diciendo que “estamos en un mundo de la sobrevivencia” y que no sabemos si los géneros literarios como los conocemos ahora, lograrán sobrevivir. O si sobrevivirá el periodismo y la creación como lo conocemos actualmente. Si las tecnologías terminarán siendo una ayuda o si acaso, como algunos temen, terminen decapitando todo.
Alberto Manguel, un maestro como Bloom desde otro terreno, parece estar convencido de que sí hay producciones literarias notables en nuestros tiempos, no importa que en cada una de ellas se descubra una influencia, un predecesor, un eco. Pero, siempre ha sido así. Manguel recuerda que Cervantes imitó, deliberadamente, la novela pastoril y de caballerías, y que Shakespeare hizo lo propio con los autores italianos que conocía. Y exalta Manguel, que es uno de los escritores que me tiene en su lista de seguidores entusiastas, las obras de Cees Nooteboom (lo leí por primera vez con el Club del Libro de Taller, y lo seguí buscando luego), de W. G. Sebald, de Enrique Vila-Matas, de Ismael Kadaré, de Jean Echenoz, de Tom Stoppard, de Tomas Transtromer, de Cynthia Ozick, de Pascal Quignard, que es de todo este grupo el único que no conozco. El dardo de Manguel contra Bloom, en la que me parece la respuesta más brillante de las que he leído en estos días, es de los que van directo al pecho, aunque al crítico norteamericano le resbale: “Dante condena al Infierno a aquellos que fueron tristes ‘en el dulce aire que del sol alegra’, es decir, aquellos que no saben reconocer en el propio mundo la felicidad de lo creado bajo el sol del día presente”. Y dice más: “Como en todas las épocas, nuestros anaqueles están repletos de inmundicias, y seres que se llaman a sí mismos escritores producen objetos que se parecen a libros para el consumo dirigido…Pero también hay creadores auténticos, inspirados autores que, no sabemos ni por qué ni cómo, nos dan viejas palabras en permutaciones nuevas para nombrar aquí y ahora nuestras ancestrales angustias, temores y esperanzas”. ¡Bravo!
Es cierto que hoy adquirimos muchos libros –y autores- que luego han de quedarse por siempre en nuestras bibliotecas, solo como una referencia, como un hecho más del acto literario. Algunos, incluso entre los premiados, se han de caer de las manos. Sucede con frecuencia. Pareciera hasta aquí que no hubiese nada “radicalmente nuevo” en ninguna literatura. Pero, también se descubren textos que uno sabe que, en cuanto concluya su lectura, volverás a ellos en cualquier instante, más tarde o temprano, como ha ocurrido antes con las obras de tantos indispensables. Quizá Bloom se ha cansado ya de leer a todos sus clásicos, a los que refrendó en su canon y a los que reconoció después, y no está ya en condiciones, porque seguramente no lo estuvo tampoco anteriormente, de descubrir los nuevos valores, las voces que con toda seguridad aportan novedad y enriquecen el ejercicio literario en español, inglés, francés o escandinavo. Pero, no anda totalmente despistado. Algo hay de verdad en su juicio. Y algo también de equivocación y desliz.
La dinámica del libro hoy, es muy peculiar. Y me voy ahora a otro campo dentro de la misma línea trazada por Bloom. En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que ya se sabe que es un punto de referencia fundamental en el mundo editorial, acaban de participar 653 autores de 32 países que han presentado 580 nuevos libros; 1,900 editoriales, 20 mil profesionales del libro y 40 millones de dólares en ventas. Por supuesto, los visitantes se acercan al millón. Marisol Schultz, la actual directora de la FIL, responde la inquietud de un periodista sobre para qué sirve una feria del libro en la era digital: “Para seguir promoviendo la lectura, como una experiencia personal, palpando el libro. Para que la gente pueda presenciar lo que los autores tienen que decirle. Para ser un espacio donde se dirimen las ideas, los tópicos de actualidad literaria y de la realidad nacional e internacional. Y es una feria mixta que sirve para fines comerciales. Tiene este doble objetivo”. Justo lo que siempre el suscrito ha sustentado con respecto a la FIL dominicana. Y le pregunta el periodista a la señora Schultz que cómo se mide el éxito de una feria, y ella responde: “Por asistentes y venta de libros”. Pero, hay algo más para que tomen nota los que detractan la feria dominicana. Le cuestionan a la directora de la FIL (que en Jalisco “deja la mayor derrama económica anual, o sea 330 millones de dólares”), cómo se inserta una feria del libro en un país como México con pocos lectores (la queja, digamos nosotros, es casi universal). Ella responde informando que en México hay capitales de provincias donde no hay una sola librería. Que la lectura se concentra en algunos núcleos urbanos. Que Guadalajara, donde la feria se organiza desde hace veintiocho años, es la ciudad mexicana con el mejor índice de lectura per cápita con respecto al resto del país. Y que un evento de nueve días no va a cambiar los índices de lectura de un país de 120 millones de habitantes.
Y anoto dos finales con su ñapa. Le preguntan a la directora ferial sobre lo caro que están los libros en México (la misma pregunta que los periodistas llevan cada año a la FIL dominicana). Y la feriera mexicana le responde: “Puede ser caro, pero es tan relativo como que mucha gente que piensa que el libro es caro compra dos revistas
Tuynotas
a la semana y con eso tendría un libro. Y el consumo de alcohol y tabaco no es barato. El precio del libro se sataniza mucho. Quien quiere leer, quien tiene el gusto, el hábito, va a leer de cualquiera de las maneras”.
Y Marisol Schultz, que Dios guarde, cuando le preguntan qué cosa salvaría de la FIL, responde que el público, que la gente joven que asiste y que no se imagina a Guadalajara sin FIL. “Los salvaría a ellos, que se entregan y celebran y viven alrededor de la FIL, y se han apropiado de ella”.
Unos días después, y aquí está la ñapa, el diario El País publicaba un artículo editorial donde expresaba la envidia que el mundo iberoamericano siente por Guadalajara y su FIL, y no por sus estadísticas, sus volúmenes de ventas, sino porque en un mundo que declara su escepticismo por la vigencia del libro, esa feria mantiene el entusiasmo por este viejo invento como “expresión de esperanza, un instrumento de inmenso valor para mejorar la educación y por tanto para acentuar el progreso de los pueblos”. Y para que esa FIL se consagre y los libros tengan canales de proyección y venta, y los autores terminen siendo reconocidos, la feria del libro de la capital jalisciense tiene teatro, cine, música, “pues de las artes, y no solo del libro, es ya la FIL” afirma el editorial de El País. Y pensar que sin industria editorial, con los mismos dilemas de índices lectoriales bajos, y con las mismas preocupaciones para fomentar la lectura, en Santo Domingo nos adelantamos a crear un espacio para todas las expresiones artísticas, a campo abierto, con el libro como protagonista. Y queremos cercenar ahora, cuando llevamos dieciséis ediciones, tan hermoso y revolucionario propósito.

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