jueves, 15 de mayo de 2014

El libro “Y el verbo se hizo polvo” invita a no destrozar la lengua española.

MADRID, ESPAÑA.- El periodista y escritor Isaías Lafuente reflexiona sobre la lengua española y “los pecados” que se cometen contra ella en el libro “Y el verbo se hizo polvo”, un ensayo en el que alerta sobre los peligros que acechan al lenguaje, entre ellos el exceso de eufemismos para enmascarar la realidad.
 
“Los políticos no deberían utilizar el lenguaje para engañar sino para contar a los ciudadanos la verdad de lo que está pasando”, afirma en una entrevista con Efe Lafuente, director desde hace diez años en España de la Unidad de Vigilancia de la cadena radiofónica Ser, un espacio semanal dedicado a los destrozos de la lengua en los medios de comunicación.
Y cuando los políticos “maquillan la realidad” al hablar, los periodistas “no deben convertirse en cómplices de esos eufemismos, sino que tienen que intentar desvelar el engaño en lugar de difundir los eufemismos de una manera acrítica”, opina Lafuente (Palencia, 1963).
Los eufemismos han existido siempre pero la crisis económica parece favorecerlos. En lugar de “recesión” se habla de “crecimiento negativo”; los recortes de sueldo pasan a ser “devaluaciones competitivas de salarios” y la subida de impuestos, “recargo temporal de solidaridad”. Y al repago farmacéutico se le ha llegado a llamar “ticket moderador sanitario”.
“No sé a quién pretenden engañar los políticos porque un alto porcentaje de la sociedad es capaz de descodificar esas mentiras”, asegura Lafuente, quien en su nuevo ensayo, publicado por Espasa, reflexiona sobre el pasado, presente y futuro del idioma español.
El autor prefiere ver “la botella medio llena” cuando responde a la pregunta que plantea el subtítulo del libro: “¿Estamos destrozando nuestra lengua?”, y asegura que, gracias a internet y a las redes sociales, “nunca en la historia de la humanidad ha habido tanta gente hablando, escribiendo y comunicándose a través de nuestro idioma, y esa es la gran virtud”.
“La palabra se ha democratizado y el español se ha extendido y consolidado, primero gracias a los medios de comunicación tradicionales y, desde finales del siglo XX, gracias a la extensión de las redes sociales”, indica Isaías Lafuente.
Las redes sociales, insiste el periodista, no deben ser vistas como “el signo de un apocalipsis que va a llevar a la destrucción de nuestra lengua” sino como “una gran oportunidad” que hay que observar y que aprovechar.
Y para ello, es necesario educar a las nuevas generaciones que “ya mayoritariamente se comunican en lo digital, para que sepan desenvolverse en ese mundo”, comenta Lafuente, Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes 2013.
En la tarea de feminizar el lenguaje, señala el autor, “la realidad apremia, y no solo en el ámbito de la política”.
La Real Academia Española, cuya labor analiza en varios capítulos, “tiene que hacer un esfuerzo todavía mayor del que ha realizado hasta ahora por feminizar el Diccionario”, opina Lafuente, a quien le sorprende que en pleno siglo XXI “siga habiendo un tufillo machista en determinadas entradas del Diccionario”.
“¿Por qué no podemos llamar cancillera a Angela Merkel, en lugar de la canciller”?, se pregunta Lafuente, para quien la política alemana “ha hecho historia en Europa y en su propio país. Con su tercer mandato ha batido récords de permanencia en el poder”. No le costaría demasiado a la RAE “rematar con una ‘a’ la denominación del sustantivo común ‘canciller’ para feminizarlo en español”.
Cuando se bucea en la historia del Diccionario, comenta el autor, se ve “cómo esa dificultad que ha tenido la Academia para nombrar las cosas en femenino, no la ha tenido para nombrar en masculino algunos oficios, incluso forzando la lengua”.
La palabra “modisto” entró “por la puerta grande en el Diccionario sin que hubiera convulsiones sociales”. Y mucho antes, en 1780, la RAE admitió comadrón “para masculinizar una palabra en principio neutra, que era comadre. Como había algunos hombres que realizaban ese oficio se inventaron la palabra comadrón”.
En su ensayo, Lafuente le dedica un capítulo a los siete pecados capitales del lenguaje, una lista que abre el de “la ignorancia, que quizás no fuese el octavo sino el primero”.
“Solo la ignorancia explica que se conjuguen mal los verbos, que se dinamite la sintaxis, que no se escojan las preposiciones adecuadas o que se generalice el uso de términos con un sentido desviado”, como sucede, por ejemplo, cuando se utiliza “favoritismo” para designar la condición de favorito de alguien y no para lo que significa realmente: “preferencia dada al favor sobre el mérito”.

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