martes, 20 de julio de 2010

UN NUEVO LIBRO DE POESIA INFANTIL DEL POETA Y ABOGADO JULIO ADAMES

MONEDAS AL AIRE O LA IGNICIÓN DE LA SUBJETIVIDAD
Por Pedro Ovalles
Generalmente vemos como la literatura infantil de nuestro país –que es la que más conozco– es un discurso hecho para dejar al niño o la niña más desmotivado, más desinteresado, mucho más indiferente que antes de leer.
A diario se ven en las librerías textos infantiles que parecen que están elaborados no para chiquillos normales, sino para tarados mentales. Y lo más lamentable de la problemática aquí presentada, es que gran parte de esos enunciados didácticos, cuentos o poemas, fábulas o dramas, son celebrados en concursos y hasta refrendados por el Ministerio de Educación. Caen dentro de lo que se llama Literatura Leigh. Ese tipo de literatura no presenta problematización en el lenguaje. Aquí en nuestro país es el joven poeta y ensayista de la generación de los 80: Plinio Chaín, quien más ha abordado el tema, por cierto con mucho más acidez que quien os escribe.
Leamos lo que dice sobre lo anterior Mario Vargas Llosa en su famoso ensayo que aparece fácilmente en muchos sitios de la Internet: La civilización del espectáculo. Leamos: “…extraño que la literatura más representativa de nuestra época sea la literatura leight, es decir, leve, ligera, fácil, una literatura que sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo (y casi exclusivamente) divertir. Atención, no condeno ni mucho menos a los autores de esa literatura entretenida pues hay, entre ellos, pese a la levedad de sus textos, verdaderos talentos… La literatura leight, como el cine leight y el arte leight, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción”.
Eso es lúgubre, porque creo que todo texto de lectura infantil, por ser tal, no debe de sustraerse de simbología; no debe ser un despojo verbal, como si fuera un requisito hurtarlo de las garras del lenguaje y convertirlo en un constructo didáctico para sujetos sin imaginación, sin intuición, sin individualidad, sin la capacidad de asombro.
La mayoría de esos textos de infantes escolares carecen de los recursos estilísticos necesarios e imprescindibles para despertar la curiosidad expresiva del niño, ese innato espanto epistemológico que tenemos los seres humanos, no importa la edad, para plantearnos búsquedas conceptuales, sensoriales y afectivas ante una formación lingüística y ser uno mismo: pensar, reflexionar, sentir y disentir, sufrir y gozar.
Los niños por ser tales no se sustraen de esa condición que todos tenemos de intuir, imaginar y crear. Éstos sienten también el chispazo interior cuando están leyendo un texto, un poema, un cuento, o una fábula, si está estructurado pedagógicamente con creatividad, con imaginación, con novedad didáctica en el uso de los distintos recursos de la lengua y de la plástica, porque de igual forma las ilustraciones evidentemente tienen cierta carga alegórica.
Aunque un texto infantil se diferencie de otro, precisamente en el lenguaje usado, justamente por razón de edad, pues por ello el autor no está obligado a convertir el lenguaje empleado un desierto, un árido trayecto expresivo que en vez de despertar los sentidos del infante, lo que haga sea aburrirlo, desmotivarlo, incitarle al tedio. Todo lo contrario tiene que ser: el texto debe permitir al niño saciar su peculiar curiosidad imaginativa, su porosa facultad de asombrarse y hacer posible el vuelo de sus espejismos.
No es posible que el texto estimule la imaginación cuando la lectura que está haciendo el niño presenta una configuración lingüística despojada de la magia del lenguaje. Muchos de esos autores de literatura infantil en el fondo no son creadores, artistas de verdad, orfebres de la palabra, no son transfiguradores del lenguaje: son seudoartistas. Lo primero que debe ser, hablando con propiedad, todo escritor de literatura infantil, es un verdadero cultor o artista de la lengua.
Muchos de ellos, lo que realmente son negociantes de la expresión. No cuentistas, no poetas, sino traficantes del lenguaje, aunque hay excepciones muy dignas y bien celebradas dentro de esa camada de hacedores de literatura infantil refrendada por el Ministerio de Educación.
Para decir que todo no está perdido, aquí tengo en mis manos como prueba un texto de poesías infantiles de sorprendente estructuración poética dentro del género que le corresponde. Este texto cumple todos los requisitos que debe tener una lectura para escolares, pero a la vez es un discurso que tiene garras en el lenguaje, que pone al niño en la senda del asombro poético, lo hace que sienta la revelación primigenia del lenguaje, el humo connotativo de las imágenes y símbolos; lo pone a intuir, a soñar, sentir y disentir, porque el lenguaje que usó el autor no está despellejado de la miel de la lengua, del cerco subjetivo que la palabra nos tiende cuando artísticamente bien combinada con otras la empleamos, en una sintaxis adecuada para infantes, al mismo tiempo con una elaboración lingüística que pedagógicamente atrapa la individualidad del niño y le enciende el pensamiento, hace surgir el placer del texto, la ensoñación; en fin, es una huida lúdica hacia sus fantasías donde el infante huele, olfatea, contempla, viaja, degusta, se aísla de su contexto para así ingresar más hondamente a su entorno.
Por eso Monedas al aire es un conjunto diferente de poemas infantiles, novedoso, donde todos los textos están escritos con criterios netamente didácticos, por lo que se percibe fácilmente que quien creó esos textos es un artista de la palabra, un verdadero creador.
Exactamente, ese es el reto que tiene que enfrentar el productor de textos de lectura infantil: elaborar, dentro de los parámetros de la pedagogía actual, sin salirse de los presupuestos didácticos, textos que respondan a la edad de los niños para los cuales se escribe, pero a la vez que sean lecturas que despierten la curiosidad simbólica, que sean lecciones con símbolos e imágenes en el lenguaje articulado, construcciones lingüísticas, que aunque estén hechas en base a ciertas estrategias pedagógicas, contengan juegos sintácticos, estrategias conceptuales, contextualizaciones rítmicas capaces de subyugar el pensamiento del infante que comienza a interesarse por la magia de los distintos recursos de estilo, que elaborados con novedad, induzcan al misterio lectural, provocando la imaginación y a la vez sumergiendo al pequeño en una búsqueda de percepciones sensitivas y sensoriales, que lo devuelvan a lo originario del lenguaje para así penetrar la naturaleza de los fenómenos, y esa no menos extraña naturaleza interior del sujeto lector.
Esas virtualidades enunciadas, esos efectos conceptuales y sensoriales, que ya se han mencionados que debe suscitar una obra de textos poéticos escolares, podemos encontrarlos sin dificultad alguna en el texto de poesías infantiles que hoy ponemos a circular.
En cada poesía de Monedas al aire, Julio Adames asume el lenguaje desde una perspectiva doble: por un lado el artista con pericia en el manejo del instrumento de comunicación, fundando sortilegios y extrañeza; por el otro costado del asunto, tenemos al educador consciente del trabajo que debe realizar en el lenguaje desde la vertiente didáctica, en la cual tiene que manejar la destreza necesaria, cuestión que no descuide el artista que evidentemente es, para que el conjunto de poemas sea un instrumento de desafío para la subjetividad, un escape lúdico a un ocio de placenteras cognoscitividades, un salirse de la realidad fáctica para de una vez acceder a otra dimensión de conocimientos.
Tan sólo algunos ejemplos tomados al azar bastan para ejemplificar lo antes expresado. Leamos: “Hay un pez soñando al final de la línea donde la luz resbala” (El relámpago, pág. 17). “…el sol se come una hoja de papel en la calle… El sol tiene hambre” (El sol, pág. 18). “He recorrido la silueta de la tarde en un vaso” (Transparencia, pág. 21). “Tomo un poco de luz en mis manos” (La luz es magia, pág. 23). “…Un pájaro tocará mi corazón/y una leve llovizna mojará/mis cabellos. /Entonces tendré/plumas como el alba”. /Y dos alas seguras/para el vuelo” (La espera, pág. 25). “La punta del trompo dibuja el universo” (El mundo gira, pág. 33). “Los niños descubren un lenguaje/que no se aprende” (El mundo gira, pág.33).
Me permito transcribir un poema titulado: Una miga de pan, pág. 38. Tiene un lenguaje llano, sumamente descifrable pero con una gran carga alegórica. Da la impresión que es un cuentipoema, aunque a veces parece una fábula, donde el niño siente el chispazo poético y el horizonte incandescente del narrar, del poetizar o del fabular. Es una joya en la modalidad de la literatura infantil actual. Leamos: “Quito las arrugas/del mantel/y veo la miga de pan que cae/al borde de la mesa/.Me inclino/la tomo entre mis dedos/y la observo en silencio…/! Ah, de repente me siento más simple/que una miga de pan!”.
Podemos tomar a Monedas al aire y leer todas las poesías que contiene, y quedaremos sorprendidos de los aciertos que posee o adornan dicho texto para ser indudablemente lectura idónea para infantes, a la vez servir de modelo para otros que quieran incursionar en el cultivo de poesía infantil.
Concluyo exhortando a todos los directivos, maestros y maestras de centros educativos privados y públicos, que hagan lo posible que sus discípulos infantes tengan la oportunidad de dejar provocar su pensamiento leyendo a Monedas al aire, ya que así, después de degustar cada poesía, serán otros sujetos; su subjetividad se irá a encender y volarán muy alto a través de la intuición, la imaginación y la reflexión; se trasformarán en críticos, inventivos y participativos.
Moca, 30 de junio de 2010

UN NUEVO TEXTO NARRATIVO DEL PROFESOR ALBERTO ALMANZAR

CUANDO LOS ÁNGELES LLORAN O LA ALEGORÍA DE NUESTRA ORIGINARIA IDENTIDAD HISPANOAMERICANA.
Por Pedro Ovalles
Todo texto narrativo debe poseer ciertas garras en el lenguaje capaces de subyugar al lector. Debe, además, conmocionar la subjetividad y producir temblor reflexivo. Lograr atrapar la intención del lector por parte del escritor, pues supone poseer cierta pericia en la estructuración lingüística, en la configuración temática y en la entronización de elementos narrativos novedosos cuyo soporte es el lenguaje.
Cuando un texto narrativo envuelve al lector en una neblina de encantamiento y lo sumerge en un abismo de apetecidad lectural, es porque la atmósfera del relato presenta una sublimidad expositiva que hace fascinante tener el texto en mano y degustarlo en cada línea, en cada detalle, en cada rasgo psicológico, en cada descripción física, en cada característica del ambiente, en cada situación expresa o implícita de la trama, momento antes y después del clímax del nudo narrativo; en fin, en todas las fisonomías culturales que permean las diferentes actitudes de los personajes creados por el narrador. Es así que el lector va conformando un universo de situaciones de raigambre humana que hace posible el placer del texto.
Todas esas condiciones, y otras más, producen invención en el lenguaje empleado, por lo que surge una búsqueda afanosa del lector en el mismo instante que queda preso en la vorágine deleitable de la ficción. Y toda esa exploración es motivada por encontrar dilucidación a suscitaciones epistemológicas que proyecta el discurso producto de la carga connotativa que se ha tejido a medida que todos los componentes del texto se fusionan para dar a luz un cosmos poseedor de infinitas posibilidades de sentir y disentir, de reír y llorar, de sufrir y gozar.
Es decir, el texto narrativo que trasciende es aquel que transfigura no tan sólo la lengua en la urdimbre expositiva, sino, además, al lector mismo, en la medida que lo convierte en otro sujeto; lo saca de la dura realidad que lo envuelve para que acceda entonces a otras dimensiones de cognoscitividad, a otras esferas de reflexividad, a otros horizontes de libertad hermenéutica, a otros abismos de ardor conceptual.
Es por ello, se reitera, que de ese trance surge otro ser humano, un nuevo sujeto que se ha posesionado de una creación insólita, única e irrepetible para él –y para cualquiera otro leedor también– en cada lectura y en cada época. Por consiguiente, es un texto que presenta cierta primicia que lo acredita para que siempre siga siendo nuevo, parafraseando al poeta y pensador norteamericano Ezra Pound.
He formulado lo anterior para decir lo siguiente en torno al texto narrativo Cuando los ángeles lloran del profesor Alberto Almánzar. Comencé a leerlo y no pude soltarlo hasta que llegué a su fin. Me hechizó. Indudablemente, el hilo narrativo envuelve ciertamente al lector, y lo digo porque la trama me atrapó: su ambiente mágico–fantástico me hizo recordar que soy hispanoamericano, formado e inmerso en unos aspectos culturales donde la realidad que nos circunda día tras día se vuelve más irrealidad que la propia fantasía que a veces nos ideamos producto de las rasgaduras que sufren nuestras vivencias en un medio saturado de eventos extraños; éstos provocan que nos transformemos en seres extraterrenos.
La novela que se comenta tiene esa virtud de avivar esa metamorfosis. De ahí que nuestros sueños y esperanzas, ilusiones y alucinaciones, penurias y alegrías se tornan de pronto fenómenos que tienen características fuera de lo racional.
Fuera a parte de electrizar en el sentido antes enunciado, Cuando los ángeles lloran posee un imán que atrae no tan sólo por estar su trama basada en las creencias originarias del hispanoamericano, sino por lo que cuenta, por su conexión narrativa, por la cuota de romanticismo que nos hace vivir y a la vez nos hace rememorar novelas emblemáticas de la literatura hispanoamericana: María de Jorge Isaacs; Aura de Carlos Fuentes; Pedro Páramo de Juan Rulfo; Amalia de José Mármol; Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, entre otras más.
Hay todo un drama relatado con desgarrador humanismo y con una intensidad amorosa que nos deja perplejos, exhaustos, delirantes, enternecidos, poseídos de una febril pasión. En toda la ficción hay desgarro existencial, desnudez espiritual, candor sentimental, apego a creencias que siempre han sido rasgos distintivos de la identidad cultural y religiosa de estos pueblos latinoamericanos, razón de vida, norte existencial de sujetos poseedores de un conjunto de valores hoy en día ya reemplazados por otros que chocan directamente con los de Soledad, el buen señor Ben, la compasiva sirvienta Teresa y el no menos prototipo cristiano, el joven Simón.
He ahí cuatro tipos ejemplares, paradigmas de nuestra cultura más clásica. Poseen una formación religiosa donde toda su vida gira alrededor de fundamentos antiquísimos, que generaciones tras generaciones han moldeado nuestro talante. Son sujetos de valores, incapaces de hacerles daños a otro semejante, por lo que se vuelven un tanto dependientes de sus consejeros clericales; actúan basados en normas estrictas, reglas religiosas que les ponen límite a su conducta, por lo que se convierten en ciudadanos fáciles de manejar y carecen de decisiones propias; su vida es una monotonía para otros, mientras que para ellos es totalmente normal y necesario; es alargar más la vida a través de la expiación, la oración permanente, la obligada consulta con el cura, el apego a la familia, el respeto a los padres, todo un cuadro de ciega obediencia a los mayores y a la memoria de sus seres queridos vivos y muertos.
Plantea, asimismo, la oposición de dos patrones de creencias de forma de vida diametralmente opuestos: el ser humano de estos tiempos que exhibe una libertad desbocada, despojado de religiosidad, ateo confeso, violento, arbitrario, inhumano, irrespetuoso, agresivo, desarraigado de su hogar y familia, todo ello en franca oposición al estilo de vida que suponen las creencias y actitudes de los cuatro personajes ya mencionados y que son los principales de la novela comentada del profesor Almánzar.
Se entiende esa dicotomía de rasgos culturales como una crítica a la actual turbulencia conductual de las familias de esta época falta de verdaderos valores humanos, por lo que transmite una hermosa moraleja a los lectores. Para poder el autor lograr tal propósito, tuvo que construir un ambiente semirural, ni cerca pero ni lejos de la ciudad. A veces creemos que los interlocutores están en las periferias urbanas, otras veces percibimos que son oriundos de un campo tipo Distrito Municipal, o que reaparece aquí la mítica Macondo con su entorno arropado de extraños fenómenos, de singulares sujetos, de una realidad más maravillosa que los sueños mismos, de un tiempo cíclico de mágicos lugares, de increíbles aventaras, de absurdas convicciones, de seres humanos constantemente alucinados, transformados en fantasmas.
El autor tuvo que hacerlo así para poder elaborar la trama de la narración, ya que ubicando el escenario de acción en el centro de la ciudad, pues hubiese tenido que modificar el carácter y toda la naturaleza de los personajes, creencias y costumbres, valores y actitudes. Es por ello que el novelista supo hacerlo: tanto en la formación de los personajes como en las características del ambiente donde se despliega el relato, existe una homogeneidad de cualidades: el pensamiento de los protagonistas coincide con los detalles del lugar donde se desarrollan las acciones, discusiones, encuentros, convivencias, familias, creencias, paraje de Cuando los ángeles lloran; es la forma más idónea de desnudarse cada sujeto de la narración ante el choque que surge al quedar indefenso cuando la cruda realidad le pone vallas a su franqueza espiritual, a su voto de castidad.
Lloran, porque es la única forma que tienen los limpios de alma y de pensamiento cuando sus creencias se interponen ante el logro de sus deseos o anhelos, cuando su mundo de sueños se estrella contra los diques de una realidad desfigurada, o mejor dicho transfigurada en fantástica por lo insólito de sus creencias inamovibles, añejas y absurdas, cuya dureza convierte el pensamiento en una coraza que no admite cambios algunos, por eso los personajes de la novela comentada viven un círculo vicioso: los hijos apegados a las faldas y ruedos de sus padres, de la iglesia al hogar, de éste a su trabajo.
Todo un vivir monótono, congelado en un círculo vivencial que poco a poco lo va despojando de su subjetividad, de su individualidad, para luego edificarle otra personalidad totalmente erosionada por caracteres culturales que empollan cábalas, tabúes, mitos, supersticiones, todo un pensamiento de no lucidez lógica, nada científico, alejado de toda proyección tecnológica; es como girar sobre los mismos ejes de una rueda, cuyo movimiento supone, aunque resulte contradictorio, una estaticidad, una eternidad agridulce, una gloria pero a la vez un infierno, un paraíso prometido sin más indicios que las descabelladas inhibiciones que poco a poco van convirtiendo al ser humano en extraterreno.

Moca, 21 de junio de 2010

viernes, 25 de junio de 2010

GARRAS DEL VAPOR



GARRAS DEL VAPOR

(LIBRO INÉDITO)

LEONI DISLA

MIEMBRO DEL TALLER LITERARIO TRIPLE LLAMA DE MOCA

ÍNDICE

POEMAS PÁGINAS

-DIBUJO………………………………………..3

-ARENA TRAS ARENA……………………...4

-LAS HOJAS CAEN…………………………..6

-GARRAS DEL VAPOR……………………...8

-YOIGUIN DE DESPEDIDA………………..10

-AUTOMATAS……………………………….11

-COMO UN RETRATO……………………..13

-SUEÑO ROTO………………………………15

-¿VIVIR EL PASADO?..........................17

-¿EN DONDE ESTAS?..........................19

-ABSORBEME, VIENTO……………………21

-VENDAS OBSOLETAS…………………….23

-CAUTIVANDOME ME LIBERASTE……..24

-NAIPES ENBRIAGADOS………………….25

-UN INSTANTE……………………………….26

-TU VIDA ES UN CUENTO…………………28

-LLUVIAS Y NIEBLAS………………………29

-LLUVIAS DEL ALMA……………………….30

-LA LLUVIA……………………………………31

-FUEGO DE MIL ESPADAS………………..33

DIBUJO

Dibujo en el tiempo y es el tiempo quien me dibuja. Dibujo una sonrisa, una lágrima feliz, el adiós sin regreso, la lágrima que suda, una colmena de abejas que sale de mi alma o del grito de mis venas. Dibujo el dolor que bosteza. Dibujo y dibujo, sin prisa y sin descanso, porque hasta mi descanso dibujo en el papel que marcha segundo a segundo por su largo camino, en su viaje sin regreso. Y es mi vida de carbón y madera, leve como pluma, que va quedándose plasmada en los dibujos de la vida.

ARENA TRAS ARENA

Una flor vi hundirse debajo de las arenas abigarradas con las lágrimas. Una flor y sus pétalos palpitando rosas. Sueños que tenían que morir. Flor serena y alegre. Hoy seguro ríe debajo de las arenas. Ellas le guardan a su pelo, a su risa un espacio. Arena tras arena se ocultó un espacio y su universo; sus cantos, sus recuerdos: abismo de un caer infinito. Los sueños: castillos erguidos que llevan su nombre y hoy deambulan sin sentidos allá donde los dejé, allá cerca de Orión, en el sol, debajo de las arenas. Todo el pensar, todo el soñar, todo el vivir, todo con su nada; ya la aprecian, ya la acarician las arenas. Las arenas: cuerpo de extraña independencia que anda siempre unido en un batallón de colores, haciendo de su mundo, un arco iris que no puede eludir su beso a la sal; pero que hoy guarda en su vientre todo lo que fue, todo con su nada. Todo duerme allí. Todo se quedó allí, debajo de las arenas, arenas que hoy yacen como las peñas en los lejanos desiertos de un corazón.

LAS HOJAS CAEN

Las hojas caen, por más fuerte y vigoroso que el árbol sea. Las hojas caen, a veces ligeras y tiernamente; a veces bruscamente y de repente; pero caen y a su vez destierran un universo de espejismo, o besan algún color del arco iris de la vida. Caen, amigos, las hojas caen: como ebrias enredándose por los cabellos del dulce aire, mientras caen con un hondo mutismo, al igual que el fiel guerrero que cae tendido y sin remedio en el campo de batalla, tras la muerte de su propia espada impulsada por sus propias manos. Así caen las hojas, con un grito y un lloro de un silencio desconocido; caen sin retorno, con un adiós insondable, reconocen su derrota, y dándole la mano a la muerte, se van para siempre: así como todo hombre, así como toda ilusión.

GARRAS DEL VAPOR

Se va la mirada con su gesto: la flor con sus pétalos y el crepúsculo en el tren de un anochecer. Todo lo bueno se evapora y a la vez se queda como las huellas en las piedras; se esfuma dejando su todo clavado en el corazón, allá muy adentro. Son como garras después del vapor que se quedan arañando el ser hasta los tuétanos de sus entrañas; pasajeros que nunca llegan a sus destinos; brisa que pasa quebrándose y deja su sustancia durmiendo en algún recodo. Vapores infinitos, pues se van y se quedan: rayando el espacio y sumergiendo sus garras en los indefectibles recuerdos. Es como una muerte que tiene una eterna vida: espuma que al desvanecerse hechiza los segundos elevándolos al infinito; grieta que ensancha la paz del alma pero que no admite anestesia ni puntos. Lluvias que mientras caen inundan los suelos siempre ocupando el mismo lugar en el mismo espacio con el mismo cuerpo. Vapor que al desintegrarse deja su alma en forma de cruz con sus brazos extendidos intensamente apretando.

YOIGUIN DE DESPEDIDA

Voy a clavar una daga en el vientre… No habrá más palabras. Se callará junto con los resonantes ríos y los bramidos de los mares: el fonema acre que produjo este mi corazón. Y la faz se hará ausente como mirando a la nada. Voy a clavar una daga en el vientre… Tal como lo hace un samurai en el rito harakiri: escenario donde éste hunde el filo sin temblor en su vientre, prefiriendo dejar el hueco de una distancia antes que la mueca de una deshonra. De igual modo clavaré la daga en el vientre de este putrefacto pensamiento, lacerante enemigo eterno y éste es el yoiguin de su despedida.

AUTÓMATAS

El círculo se torna (al paso de los segundos) menos interesante, menos tierno, menos palpable, e irónicamente multitudes se complacen en darles vueltas y más vueltas, y dentro de ellos nadie protesta, todos sonríen y como si nada pasara caminan y hablan bien entretenidos; y van todos sometidos a un extraño ritmo (vaga cadencia). Vistiéndose. Andando. Dialogando. Todos son iguales como las hojas de un mismo árbol. Una tuerca se cae y alguien (sin saber por qué y para qué) la toma y poniéndola en su lugar la aprieta. Todos van hacia delante; van, y aunque no sepan a dónde, pero corren todos hacia el frente (sin saber la razón): corren hacia delante (como si su propia ignorancia los persiguiera a pasos gigantes).Van dándoles vueltas sin descansar a un pobre círculo muerto, y raramente quien se marea pues son autómatas máquinas orgánicas de carne y nervios de lata. Máquinas humanas: hoja de latas y huesos que presumen ser las más apuestas en su mundo de tarjetas perforadas, de tornillos y tuercas.

COMO UN RETRATO

Como un retrato helado, como un retrato, paralizado dentro de un hielo, helado sin poder ir ni hacia atrás ni hacia delante, totalmente estático como si la epidemia que atrapa a los ordenadores me hubiese conquistado a mí también, como si un dulce hechizo se halla adueñado de mi existencia dejándola pasmada más que atónita. Y sobre el origen de este fenómeno no me preguntes, porque no lo sé, no sé si esto es amor, pasión, o si es que he atravesado el lindero hacia la locura. Pero algo me ha dejado congelado en el frío fatal que funda y hace de mí una fotografía. Neutro como un árbol estoy, parado en una sola melodía que recorre días tras días (cual si fuese jinete) por mi mente, mente que está helada también así como yace mi vida, la lluvia, el canto… Helado el corazón y todo lo existente, en los pensamientos que hablan sólo por ella.

SUEÑO ROTO

Sahumada la utopía que trajo el destino. Sueños congelados desintegrándose gota a gota en un río de aguas negras. La catarsis se ha tornado un adefesio en esta vana búsqueda de lenitivos, en donde el corazón resuelto de ademanes tilda sus pinceladas (como si fuesen las últimas) en el cuadro de la vida. El rosario yace roto y ausente su rezo y la canción alcoholizada de alegría cambió su acento; ahora es endecha triste como el paso lento del reloj. Recomendaciones de falsos amuletos ¡aquí! donde no funciona la magia ¡aquí! donde el encanto está roto como el sueño que nació despierto. Grieta blindada con ardua disciplina. Epidemia y lluvias de palabras que caen desechas en las cenizas del tiempo. El plenilunio consuela la lágrima, consuela el moribundo latir, consuela todo y no consuela nada aunque si abre con su haz de luz plateado lo más recoveco de este sufrimiento. En esta pernocta del sueño roto, en donde todo cae y nada vale; en donde todo pierde el sentido: que de la tierra a la luna pondrán los rieles del tren, que el cielo cambiará su camuflaje azul por el violeta y que las sirenas y las hadas dejarán de ser mito. Todo podrá tornarse distinto, pero ya nada importa en este sueño roto: todo pierde el sentido.

¿VIVIR EL PASADO?

Querer vivir el pasado es aniquilar con una daga mohosa los bellos colores que irradia el crepúsculo del vivir a cada instante. Quedarse en el pasado es darse un sorbo largo de melancolía; es darle un abrazo a una sombra mustia y muerta. Quedarse en el pasado es ponerse un abrigo desgarrado en un perpetuo invierno, porque todo pasado, pasado está, y éste dio sus caras alegres y tristes, sus momentos versátiles, sus risas y sus llantos, y sus frutos. Querer quedarse en él es cargar con el arduo peso de que ya somos libres; es sepultar el árbol de la vida, hasta su sombra (lo que somos y seremos). Quedarse en el pasado es vivir un infierno, porque éste no es más que una moneda inválida, una flor marchita, un canto de ceniza, polvo acre de lo que en un tiempo fueron los huesos del tiempo. Quedarnos allí es consumir con el fuego de la ceniza los bellos momentos del presente.

¿EN DÓNDE ESTÁS?

¿En dónde se escondió la fecunda madrugada de recuerdos, las caricias de la luna en el azul archipiélago? ¿En dónde se ocultó la lumbre? Pues arcano es lo que a diario se divulga en las calles y plazas. Deliran mis ideas, se entrechocan mis sueños. ¿Adónde voló aquella ave? Tan sólo quisiera ver su silueta y no morir ahogado en el trasfondo de la tierra. ¿Dónde está el árbol en el cual se asentara la alondra de mi corazón y el suspiro de mi mirada? Se desintegra mi vida en diminutas arenas esperándole e imaginando que llega. Mis esperanzas rayan cada día más en lo posible: caudal de palabras que me parecen mofa. Entretanto un mar de espejismos me ahoga en disoluciones, convirtiendo mi vida en un cuento lleno de vagas alucinaciones. ¿En dónde está? ¡Oh! ¿En dónde se encuentra? Y es que deseo que cruce el umbral de lo incierto y haga de mí las mil novelas. Empezar juntos como aves a soñar despiertos. Darle alegría a la tristeza. Convertir lo posible en cierto. Deshacerme de todo anhelo y hacer de ella mi pensamiento.

ABSÓRBEME, VIENTO

Absórbeme, viento. Llévame contigo debajo de tu silencio, de tu invisible abrigo. Desarraiga mi alma y hazla volar como papel hasta que se hunda en el espacio. Llora conmigo y mis ideas. Despiértame. El latir yace muerto y sangra sus últimas y lúgubres palabras patéticas. Eleva al cielo mis lágrimas y no las dejes morir en lo húmedo de esta tierra. Sílbame palabras y versos que por un momento traguen las grietas de mi pecho. Móntame en tu silla y cabalguemos juntos con o sin velocidad: ¡no importa! Pero trasládame por los desiertos de esta vida esparciéndome como ceniza por las tierras desoladas y embriagadas de penumbras. Invádeme con tu alegre tristeza, con la cual sacudes a los recónditos montes. Sopla el velamen y hunde esta mi vida en el llanto de tu canción que camina a sola por la herida tierra y déjame exento de mi planeta. Déjame plasmado en tu universo y resígname quedar en el olvido, haciendo escuchar también mi silencio.

VENDAS OBSOLETAS

Vendas obsoletas, por eso al caminar dos pasos se ven caer las lunas, los castillos y toda creación del ensueño. Porque no hay sueño sino una espada adherida donde residen los pulsos de los ojos indelebles. Y hecha el tiempo callos, callos amargos. Porque se hace espinoso ver todo cuando se están desplomando los pétalos sonrojados de los ojos que ya no duermen.

CAUTIVÁNDOME ME LIBERASTE

Ardían las cadenas de mis interiores. Ardía el sepulcro que me guardaba. Ardía agrio hasta el aliento que me sostenía. Ardía la llama y yo fui las cenizas. En esos entones apareciste con una rara manera de desprender ademanes, cual cólera del encanto, cual beso sublime que de toda razón nos aleja. Y viendo tus ojos de fuego al compás de los movimientos de tus alas, fueron como al suelo cayendo las cadenas que me aprisionaban. Y sin esperarlo, como a ti me crecieron las alas, entonces fue cuando me di cuenta que cautivándome me liberabas.

NAIPES EMBRIAGADOS

Naipes embriagados con las cartas del que duerme. Algunos con el corazón rojo, otros con la vida de cuadros y yace una parte moribunda con el corazón ya negro. ¡Pero todos!: dejan sus huellas en la pista calorosa. Y creen jugar el juego de su vida. Y creen que se viran y esperan su suerte, ignorando que la brisa es el semblante de los castillos invisibles que pasan, ignorando que hay dedos fuertes, muy fuerte que viran a su modo sus frágiles cuerpos.

UN INSTANTE

Un instante llega y me abrasa y vibran como cuerda de guitarra los interiores de mi corazón. Un instante con un hermoso canto de colores que hacen que mi piel se pierda en lo oscuro de la brisa. Sublime pero desconocido su canto de luna dormida, aunque sé que lleva en sus manos la esencia de una flor cantando. Instante con ojos y manos con lunas y soles con voz de ocaso y ardiente pasión como ninguna. ¡Instante! Tan breve pero lleno tantas cosas; instante, glorioso instante que trato de atraparlo en mi jaula de espuma, pero nada consigo sino sólo contemplarlo por un instante, y con lazos azules de mi ser, le hago centenares de amarras, pero nada consigo sino sólo abrasarlo por un instante.

TU VIDA ES UN CUENTO

Tu vida es un cuento, de esos que son pura fantasía. Tu vida es un cuento; un castillo enorme a base de cerillas; un hermoso camino asentado en el aire; un fantasma que a la realidad le huye; una historia preciosa que como espuma en un vació se hunde. Tu vida es un cuento pincelando la nada; una búsqueda magnética de alguna formula que te ayude a no tocar la tierra. Tu vida es un cuento fantástico. Y nada real allí se acerca; tu vida es así, como lo es también tu pasión. Todo en ti es un pan fantástico muy bueno para que se lo coman las aves.

LLUVIAS Y NIEBLAS

Nieblas y lluvias envuelven esta noche en un paño de melancolía; paño: suave y tétrico, agrio y dulce que me envuelve en las brisas tristes de la noche. Porque cae menuda como pensante arrastrando historias, la lluvia. Y baña la noche y un rincón de mi ser, con los cuerpos, las canciones y los momentos: recuerdos que no se conforman con vivir en los días fenecidos. Y algo camina entre las finas gotas que descalzan el alma; quizás, un fantasma o una ilusión óptica de esos espejismos que reflejan lo añorado.

LLUVIAS DEL ALMA

Lluvias, lluvias del alma; lluvias que sangran y son la voz de alguna alma herida. Lluvias frenéticas e incontrolables que hablan de una hermosa esfera, pero de radiante dolor. Lluvias, lluvias elegidas como para representar el duelo de Dios. ¡Lluvias! De un ser que llora por algo tan blando y tan hondo como lo es el amor.

LA LLUVIA

La lluvia es un relámpago que en una fosa sentimental nos hunde. La lluvia es coraje y los acordes de alguien que en su lucha azul persiste. La lluvia es el encanto desfragmentado escrúpulosa-mente, y todo instrumento de melodía honda los une. La lluvia puede ser él, como puede ser ella, porque es un espejo: ¡espejo de espadas! La lluvia es un mundo tejido en diamantes que danzando se diluye; un campo de libros inéditos; el paseo por la sinfonía honda e insonora ante toda lógica. La lluvia es tantas cosas como las tantas gotas que la reúnen. Por eso muchas veces es una distancia que nos cubre; la canción que en los labios del deseo se deshace; la noche de caracol que triunfa sobre el baile alegre del alma. A veces canta con la alegría reluciente de trillones de estrellas. A veces solloza. La veo llorar como niña, llora hasta al fondo, hasta irse toda escurridiza por las alcantarillas amargas; pero casi siempre toca los acordes de mis más recovecos adentros.

FUEGO DE MIL ESPADAS

El cielo se abrió como una carta y en él apareció la luna. ¡Oh, la luna narrando con el fuego de mil espadas! Se fue el sol con sus últimos alaridos, volando opaco en el ocaso. Ahora la noche se abre como papel perfumado y la tierra empieza a beber el vino que la luna con sus exhalaciones le manda. Y yacen en las calles niños contentos, aunque descalzos y desnudos. Parejas felices en tóxicos idilios. Versos que caen como hojas y desde una vieja mecedora la nostálgica mirada de un anciano fotografía aquella moneda blanca que ahora le ofrece el vuelo a todo aquel que desee ir a mundos inéditos. ¡Todos parecen felices, hasta las piedras que en sus bocas de alcohol estrujan algunas palabras! ¡Y todo parece hundirse en las blancas olas de la placidez! Excepto mi espíritu que algo lo corroe; algo surca inquietando las frondas de mis interiores; algo que me deja pensativo como el espacio hoy plateado, y es a lo mejor un rostro de esos fantasmas que creí olvidado, pero que hoy se hace eterno como esta noche envuelta en la luna.


MICROCUENTOS DE FARI ROSARIO

MICROCUENTOS DE FARI ROSARIO

Cuento dos
ORÁCULO

Mi madre me dijo que mi supuesto padre es un militar de los que lucharon en la guerra civil. Dijo también que de vivir aún mi padre es posible que resida en la frontera. Sí, es cierto lo que dicen todos: he recorrido todos los pueblos buscando a mi padre, pero hoy haré el último viaje.


Cuento nueve
MALA SEMILLA


CUENTA una leyenda semita que había un rey beligerante y muy encaprichado con el arte de la guerra. Se dice que no dormía y que su imponente ejército no acababa bien una guerra, cuando ya había recibido el comunicado para hacer la guerra en otro bando. El rey no daba tregua. Una mañana la esposa del rey le comunicó que estaba en cinta; él reaccionó convocando a todo el ejército, y lo saludó diciendo: “Durante 9 meses no habrá guerra; mi mujer está embarazada, y mi futuro hijo no debe respirar el aire de los muertos ni escuchar el fútil grito de los caídos en los campos de batalla”.
Así se hizo. Lo sorprende del caso es que al nacer el venerable imberbe, el rey murió al tercer día. (Aún no se sabe la causa). Mucho tiempo después, el hijo del rey asumió el trono de su padre. Pronto se ganó el nombre de “el hombre de hierro”. Y he aquí que el venerable no solo extendió el reino, conquistando nuevos territorios, sino que declaró la guerra a todos; incluso a los pocos reinos que gozaban de la simpatía y la benevolencia de su padre.


Cuento diecisiete
CORRECAMINO


Una posibilidad. Una entre un millón de posibilidades en el tiempo y el espacio con olor a nardos y a eucaliptos. Y esa posibilidad se adhirió a mi camisa húmeda de sudor. LA ALEGRÍA virgen del universo nos hizo coincidir aquella tarde de carnaval. Yo estaba disfrazado de diablo cojuelo; al verme saliste corriendo, tal parece que te aterrorizaban los diablos, por lo que me quité la careta y salí a tu encuentro…
Ella y yo. Ella y yo recorrimos la calle, dejamos borrosas huellas sobre el asfalto. Y allí estabas tú. La posibilidad me sonrió en tu rostro de niña.
Y así, en silencio, y sin el intervalo irreverente de los relojes, comenzó el rito y la felicidad que duró tan solo veinticuatro horas. Caminamos calle arriba, calle abajo embriagados, rozándonos las manos… y de nuevo calle arriba buscando un rincón, y desde entonces recorro todas las calles del pueblo con mi careta en la mano.


Cuento dieciocho
SOLIMÁN

Mi perro Solimán murió solo bajo el samán: era Viernes Santo, también día de carnaval.


Cuento diecinueve
“TRANSTERRADO” O LA PARÁBOLA DEL MÁS ALLÁ


Cuando vio el noticiero supo que era un exiliado.


EL JABALÍ

El jabalí avanza sin mirar atrás; viene de la montaña, y ahora recorre el camino a toda prisa. Trata de esconderse de una sombra que lo persigue. Avanza buscando el río de un modo furtivo, pues ha llegado ha pensar que en cuanto llegue al mismo, la sombra desaparecerá o perderá sus huellas. Pero ya próximo al agua, el jabalí percibe otra sombra, esbelta, vertical, zigzagueándose con un rifle o escopeta. Entonces el jabalí cae en cuenta que no sólo es una sombra; ahora son dos sombras las que lo persiguen.


Cuento cuarenta y siete
LA MUJER DE LOT


ELLA entró sigilosamente a la taberna y pidió un trago, como la mujer de Lot. Tomó otro trago, y después fue al espejo, como la mujer de Lot.
Despertó. DESPUÉS se vistió, atravesó la puerta y se fue pensando en Lot, y en el patético hecho de ser la mujer de Lot.


Cuento cincuenta y dos
LAS PLAGAS DEL PARAÍSO


En la calle X hay una estatua de San José. San José está allí desde el inicio de la fábrica de cerámica, en la calle X como dije. La estatua es tan bien proporcionada y bella, que San José, en persona, algunas noches baja y reposa en ella. Reposa y duerme serenamente, puesto que en el Paraíso aún se escuchan los lamentos de las personas que jamás dejaron de quejarse en la tierra. Una de esas noches, San José, que reposa en la imagen de sí mismo, se quedó dormido y tuvo un sueño perturbador: soñó que afanosamente construía una casa grande, inmensamente grande. De súbito, vio a un hombre estrafalario arrastrando una cruz, pero al ver rostro se dio cuenta de que era el hijo que él había criado. En medio de la angustia y la incertidumbre se preguntaba: ¿cuál sería el carpintero que se ha dejado engañar por el diablo, construyendo una cruz para mi hijo?
“No puede ser, lo defenderé… aunque sea mi hijo ilegítimo”.


Cuento cincuenta y tres
EL PREMIO FINAL


Soy un escritor prolífico, establecido y consagrado al oficio. Soy un escritor serio y de gran fuste, aunque los críticos de pacotillas digan lo contrario. Una muestra de mi exitosa carrera de escritor son los numerosos premios que he recibido. Hace un tiempo, como ustedes sabrán, recibí el “Premio Asterión” por mi novela Viaje a la ciudad prohibida. Ayer, para sorpresa de muchos, se me concedió el “Premio Plutón”. Solo que este galardón, se identifica totalmente con el estado de cosas del Premio, es decir, recibiré mi premio dentro de un millón, trescientos ochenta y cuatro mil años luz… Mientras tanto sigo escribiendo.


Fari Rosario. Nació en Moca, Provincia Espaillat, República Dominicana, en 1981. Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, PUCMM. Ha trabajado como profesor de Literatura Dominicana e Hispanoamericana en diversos colegios. Actualmente es profesor de Introducción a la Estética en Recinto Santo Tomás de la Universidad Católica Madre y Maestra. Trabajó como autor de libros (Lengua y Literatura) para la Editora Santillana. Ha publicado, además: Cuentos profanos (2007); El coleccionista (2008); El discurso de la interioridad y la condición humana en Una rosa en el quinto infierno (breve ensayo, 2009).


Próximamente se publicará El columpio de los sonámbulos, una antología de microcuentos dominicanos. Mientras estuvo en el Recinto Santo Tomás de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, fundó el círculo filosófico “Conócete a ti mismo”; tiempo después funda el círculo literario “Manuel del Cabral”. Fue director y coordinador del Taller literario “Octavio Guzmán Carretero” (Moca). Más tarde, de regreso a Santo Domingo, funda el círculo literario “Manuel Rueda”, correspondiente al Ateneo Insular en Santo Domingo. Es miembro del Interiorismo (movimiento literario) desde el 2004.

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Etiquetas: Cuentos, escritor dominicano, Fari Rosario

miércoles, 23 de junio de 2010

La Poesía y la Pobreza

LA POESIA Y LA POBREZA‏

Texto enviado por nuestro amigo Basilio Belliard

Autoría de Alberto Blanco

Hablar de poesía y pobreza es hablar, en realidad, de muchos tópicos relacionados, diferenciados, y hasta independientes. ¿Por qué? Porque al hablar de este tema tal vez lo primero que muchos podrían pensar sería en la relación bastante común y persistente que se puede observar, aquí y en todas partes, entre un enorme número de poetas y su más que evidente falta de medios, ya no digamos para prosperar mediante el desempeño de esta actividad, o para vivir dignamente de su “producto”, sino para sobrevivir. Desde luego que en esta primera acepción de la pobreza de la poesía va implícita la idea de que la poesía es, o puede ser, o debiera ser, un oficio. Un oficio tan real y verdadero, tan válido y necesario como cualquier otro.

Sin embargo la idea -a estas alturas curiosa o extravagante- de que un poeta es más o menos el equivalente de un panadero, de un herrero o de un carpintero, sólo que en lugar de ser un hombre que trabaja con la harina, con el hierro o con la madera, es un hombre que trabaja con palabras, es un poco difícil de digerir. En todo caso, lo es para una sociedad moderna, contemporánea, que cree a pie juntillas en la división del trabajo que ha dejado a las “bellas artes” aisladas en un limbo del que no atina a salir desde hace mucho tiempo. Un coto de caza privado. Un espacio donde lo único que se le pide al artista es que produzca objetos tan bellos como inútiles, y donde al poeta se le pide que escriba inútil, pero conmovedoramente. Un coto privado, sí, pero privado de sentido social, de razón de ser y, por supuesto, de los medios adecuados para sobrevivir.

Y es que, entre otras cuestiones, hay que tener presente que la poesía, a diferencia de la panadería, la herrería o la carpintería, no es simplemente un oficio. Un carpintero puede decidirse a construir una mesa de acuerdo a ciertas especificaciones y saber de antemano que sus resultados coincidirán con los planes previos; pero ningún poeta puede saber cómo será su poema hasta el momento de haberlo terminado. ¿Quién en nuestros tiempos -”malos tiempos para la lírica” como decía Bertolt Brecht- estaría dispuesto a reconocer como un oficio una actividad donde no se sabe cuáles van a ser los resultados del trabajo hecho, si es que puede considerarse esto un trabajo? He aquí una segunda dimensión de la pobreza, a la vez que de la dignidad, de la capacidad de búsqueda y de riesgo, y de la radical extrañeza de la poesía.

Una tercera modalidad de la pobreza de la poesía tiene que ver con lo poco -o casi nada- que se lee poesía en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. Es evidente que esta tercera forma de ver la pobreza de la poesía está íntimamente relacionada con las dos primeras. Más aún: se podría pensar que las condiciona. Sin embargo tendríamos que preguntarnos si esto es del todo cierto. De obtener una respuesta afirmativa, tendríamos que preguntarnos entonces, ¿por qué es así?
¿Será un asunto meramente económico?

En su ensayo El final de la poesía, Hans Magnus Enzensberger reflexiona acerca de las relaciones entre los lectores y la poesía, y afirma, con mucha razón, esta curiosa verdad, “hasta donde sabemos, la poesía es el único medio masivo cuyos productores exceden en número a sus consumidores”. Para concluir: “la poesía ha resultado ser incompatible con las leyes generales del mercado”.

En efecto, podemos considerar a la poesía como una verdadera reserva ecológica en el mundo devastado del libre mercado, porque como objeto de consumo la poesía prácticamente no existe. Y ya que hablamos en este punto de las relaciones entre poesía y pobreza en su aspecto más banal, en su dimensión más sorda, aquella que tiene que ver con el dinero, tal vez deberíamos preguntarnos: ¿qué pagan un editor o un lector cuando pagan por un poema? En otras palabras: ¿qué es lo que realmente compra alguien cuando compra un libro de poemas? ¿Acaso compra algo?

En cierto sentido, habría que responder que no compra nada. Al menos nada exclusivo. Nada tangible. Nada que parezca realmente necesario. Nada que no se pueda copiar a mano o saber de memoria. Unos microgramos de tinta, unas cuantas páginas de papel impreso, un poco de aire con música, algunas imágenes evanescentes… en pocas palabras, nada. Si seguimos esta cínica manera de pensar, no queda más remedio que preguntar: ¿entonces por qué habría de destinar la sociedad una determinada suma de dinero a quienes han decidido dedicar su vida a la insensata labor de escribir poemas?

Vemos, pues, que no es posible soslayar el factor económico en la literatura, y, sobre todo en la poesía, cuando se trata de examinar las relaciones que existen entre ésta y la pobreza. Máxime cuando se trata, como es el caso de nuestro país, de una comunidad enferma que cuenta con un gobierno que, más que buscar la cura definitiva a sus enfermedades, las agrava con frecuencia y, peor aún, en muchos casos, tristemente, las genera. Una comunidad donde los índices de analfabetismo siguen siendo muy altos, por más que la poesía no requiera, necesariamente, de la palabra escrita para su existencia.

Aunque en muchos países -entre ellos México- estas severas limitaciones se ven, a veces, y sólo para un grupo muy reducido de poetas, parcialmente paliadas mediante un complejo y criticable sistema de becas y apoyos a la creación, hay que reconocer que el dinero puesto en juego de esta manera no deja de producir efectos secundarios que, en muchas ocasiones, son más nocivos aún que el mal que intentan contrarrestar. En todo caso, todos estos programas culturales no logran cumplir con lo que sería lo más deseable: que el poeta pudiera vivir de su trabajo.

Y es que son muchas y muy serias las limitaciones que padecen la poesía y los poetas en este aspecto. Estas limitaciones afectan tanto a los ya de por sí escasos lectores y posibles compradores de libros de poesía o de periódicos y revistas donde se publican poemas, como a los propios autores. Para los poetas no hay dinero porque la poesía no se vende. Y no se vende, en primer lugar, y al margen de otras razones, porque no tiene nada que vender.

Porque ya hemos dicho que, muchas personas piensan que si compran poesía, no compran nada. Que es, también, por supuesto, una manera de reconocer que la poesía no sirve para nada. Pero, ¿no será más bien que la poesía sirve, justamente, para hacer que esa nada suceda? Poetry makes nothing happen, decía W. H. Auden, que más que significar: “la poesía no hace pasar nada”, significa: “la poesía hace que la nada suceda”. Y esta nada es muy importante. Por eso, en una ocasión, cuando le preguntaron a Kodo Sawaki Roshi, maestro de zen: “¿Qué caso tiene la meditación?” él contestó: “Ninguno, la meditación es absolutamente inútil; pero si no haces esto que es perfectamente inútil, entonces tu vida sí que será perfectamente inútil.”

Esta inutilidad de la poesía (y, cabe decir, también del arte, la meditación, el juego, y tantas otras actividades humanas gratuitas), esta capacidad que la poesía tiene para hacer que nada suceda, que la nada suceda, para que nunca no se nos olvide que esa nada es muy importante, para recordarnos la nada que esencialmente somos, es una de las dimensiones más profundas, auténticas y entrañables de su pobreza. Una cuarta modalidad que apunta al corazón de la poesía.

Una quinta modalidad de las relaciones entre la poesía y la pobreza, consistiría en aquello que Breton llamó La miseria de la poesía. Misère de la poésie es el título de un texto escrito por Breton para defender a su viejo amigo, y compañero de aventura surrealista, el poeta Louis Aragon, de las persecuciones que se habían desatado en su contra tras la publicación de un extenso poema llamado “Front rouge”, que había escrito en Rusia y que fue publicado en la revista Littérature de la Revolution mondiale. En 1930 Aragon acababa de ser inculpado no tan sólo de “incitación a la desobediencia de los militares” sino de “provocación al asesinato como objetivo de la propaganda anarquista”.

Paradójicamente, esta defensa apasionada que André Breton hizo de Aragon (y más allá de las reservas que después formularía el mismo Breton con respecto al “espíritu y la forma del poema”), acabó por precipitar el rompimiento entre ambos escritores, así como el distanciamiento inevitable entre el anhelo de libertad total de la poesía -y en esto, hay que reconocer que el jefe máximo del surrealismo fue, a lo largo de toda su vida, incorruptible- y las aspiraciones de control total de un partido o de un régimen, como sucedió en este caso con el comunismo soviético estalinista.

Así que, como dice Gautier al hablar de Baudelaire: “Sin pensar en lo económico, veamos a qué desolada existencia se entrega el que avanza por esa calle de la Amargura que es la profesión de las letras. A partir de este momento, pasa a ser una sombra doliente en medio de la humanidad febril.” Pensando en esto es que Breton dejó dicho en el Primer manifiesto del surrealismo: “la literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes.”

Esta dimensión de pobreza de la poesía -o de miseria, como la vio Breton- tiene que ver con una fisura o, quizá, con una verdadera fractura entre el mundo de todos los días, “real”, encarnado aquí en su dimensión más espesa por el mundo de la real politik, y el mundo de la poesía, y del arte en general, fatalmente escindido de la vida cotidiana del hombre común y corriente por una sociedad, y en una sociedad, que tiene puestos sus ojos en los objetos de consumo y sus promesas de satisfacción inmediata mucho más que en las sutilezas de la palabra al servicio del espíritu, y que, en consecuencia, ha decidido enfocar sus “más altas” aspiraciones en otra cosa.

Sin embargo, no hay motivo de queja, a menos que aceptemos la propuesta de Rimbaud: “si me quejo, es sólo otro modo de cantar”. Y si André Bretón afirmó que la literatura es uno de los caminos más tristes para llegar a cualquier lugar, yo, por mi parte, digo: la poesía es el camino más corto para llegar hasta aquí. Este es nuestro único refugio: saber que no hay refugio. He aquí una sexta modalidad de la poesía y la pobreza. Nuestro mejor consuelo es estar absolutamente reconciliados con el hecho de saber que no hay consuelo. Porque el poeta no es alguien necesitado de consuelo, todo lo contrario; como lo aseguró Lautréamont: “un poeta es el que consuela a la humanidad”.

Todo oculta un alimento para el alma y aun la existencia más miserable en apariencia tiene su secreta nobleza. Está en nosotros el descubrirla, el reconocerla, el crearla. Esta es la altura, la dignidad de la poesía. “Si tuviéramos bastante amor -canta Vildrac- bastaría una mata de hierba o un canto de pájaro para transfigurar el paisaje más pobre.” He aquí claramente expresado el que, tal vez, podríamos considerar como el artículo esencial del credo de la poesía: afirmar que, ya que no hay riqueza, no tenemos más remedio entonces que hacer de esta pobreza nuestro tesoro. “La ausencia es la madre de todos los poemas.”

Por último, una séptima línea de especulación, distinta de las anteriores, que también se acerca a tratar de leer y comprender las relaciones entre la pobreza y la poesía, se abre ante nuestros ojos. Es una línea que atiende ya no tanto a las condiciones de pobreza, o de auténtica miseria, que nuestro mundo actual le ofrece a la poesía (y, por lo tanto, a los poetas, y que son, desde luego, las más fáciles de observar), cuanto a ciertas condiciones intrínsecas, propias de la misma poesía. Condiciones que nos obligan a reconocer que en la práctica de la poesía existe una dimensión de pobreza original.

Esta dimensión de profunda pobreza de la poesía es la que le otorga su más alto grado de dignidad, y tiene que ver con la trágica condición humana, con el contraste que existe entre la envergadura de los anhelos de la poesía y la aguda pobreza de sus medios para realizarlos, con la flagrante desproporción entre las aspiraciones del hombre y los límites materiales, individuales, de su vida. Una pobreza que, no debemos olvidarlo nunca, es en realidad “una fértil miseria”, tal como la ha calificado el poeta Alvaro Mutis.

¿Y qué mayor desproporción podemos invocar que aquella que se incuba en el corazón mismo de la poesía y a la cual debe la más íntima e irrevocable dimensión de su miseria: decir con palabras lo que las palabras no pueden decir; expresar con los medios conocidos lo que no conocemos; convocar al misterio mediante la utilización del material, en muchos sentidos, más manoseado y deleznable de todos los que las artes usan: el lenguaje?

Porque no debemos olvidar nunca que el poeta trabaja con las mismas palabras que utilizan los zafios políticos para sus discursos demagógicos; las mismas que emplea la publicidad para vender lo que sea, como sea y a quien sea; las mismas palabras que circulan como moneda corriente en las calles, los mercados, las iglesias, los bares, los bancos, los burdeles y los hospitales; las mismas que utilizan los amantes para jurarse amor y los jurados para sentenciar a cadena perpetua a un criminal; las mismas a las que apela una madre para calmar a la criatura que despierta temblando por las visiones de una pesadilla y las que usan los criminales para aterrar a sus víctimas.

Palabras que pertenecen a un idioma en particular y, por lo tanto, a una sociedad, una historia y un paisaje. Palabras que tienen que ser traducidas a otros idiomas para que aquellos lectores -que son la mayoría- que no conocen el idioma original puedan disfrutar de las creaciones de los poetas de otras latitudes y otras épocas. En este sentido, la poesía padece la miseria de ser la más provinciana de las artes; la más localista; la más limitada por su materia prima. Pero esta misma condición “provinciana” puede ser una bendición encubierta: después de todo, no existe en la poesía (y sí en otras artes) un “estilo internacional”.

“Mi lenguaje -decía Karl Kraus- es la puta universal a quien tengo que convertir en una virgen.” He aquí, expresadas de la manera más sucinta y brutal, la pobreza y la dignidad de la poesía. Y es que, tanto la gloria como la vergüenza de la poesía radican ambas en que su medio de expresión no es de su propiedad privada. Aquí no existen cotos de caza privados. Pero es en esta íntima dimensión de pobreza de la poesía donde radican también, por paradójico que parezca, sus incomparables posibilidades de salvación.

Y es que, por más solitario que viva un poeta, por más aislado que se encuentre, por menos reconocimiento y lectores que tenga, y por más enrarecida que sea su atmósfera -bien sea ésta política, económica, psicológica, social, emocional o espiritual- siempre estará trabajando con las palabras. En este sentido, un poeta siempre ha estado, está y seguirá estando, rodeado de los demás, inmerso de lleno en el mundo, hablando en voz alta a su prójimo -”hipócrita lector, mi igual, ¡hermano mío!”- a la mitad de la plaza. Diciéndole, recordándole, que la pobreza de la poesía no es sino nuestra propia pobreza, y que la dignidad de la poesía radica en la cabal aceptación de estos límites para trascenderlos mediante el arte de inventarnos por la palabra, de volvernos seres humanos, de hacernos un alma.


Alberto Blanco

Poeta, ensayista y traductor, nació en la ciudad de México en 1951. Cursó estudios universitarios de Química y Filosofía en la UIA y en la UNAM, respectivamente, y de maestría en Estudios Orientales, en el área de China, en El Colegio de México. Su primera publicación en una revista data de 1970. Fue coeditor y diseñador de la revista de poesía “El Zaguán” (1975-1977), y becario del Centro Mexicano de Escritores (1977), del INBA (1980) y del FNCA (1990). En 2001 recibió la Beca de Poesía “Octavio Paz”. Ingresó en 1994 al Sistema Nacional de Creadores.

A la fecha ha publicado 25 libros de poesía, diez libros y cuadernos con sus traducciones del trabajo de otros poetas y otros tantos libros de cuentos y poemas para niños, varios de los cuales han sido ilustrados por su esposa Patricia Revah. Su trabajo ha sido traducido a una docena de idiomas: inglés, francés, alemán, portugués, italiano, holandés, ruso, japonés, húngaro, búlgaro, rumano, sueco y danés.

Existen tres antologías de sus poemas: “Amanecer de los sentidos”, publicada por el CNCA en México en 1993; “Dawn of the Senses”, una antología bilingüe publicada por City Lights, en San Francisco, en 1995; y “De vierkantswortel van de hemel, Gedichten”, traducción al holandés de Bart Vonck, publicado por Wagner & Van Santen, Holanda, 2002.

Por su parte, el Fondo de Cultura Económica publicó en 1998 en su serie mayor de Letras Mexicanas bajo el título de “El corazón del instante”, una reunión de doce libros de poesía que abarca 20 años de publicaciones (1973-1993) y 25 años de escritura (1968-1993), y que va desde “Giros de faros” hasta “Antes De Nacer”.

Sus ensayos sobre artes visuales se encuentran publicados en una gran variedad de catálogos y revistas y han sido reunidos por el CNCA en un solo volumen: “Las voces del ver”, de la cual se ha hecho una serie de televisión. Ha trabajado también con muchos de los principales pintores y artistas visuales de México –Gunther Gerzso, Vicente Rojo, Francisco Toledo, Rodolfo Morales, Gabriel Macotela, Manuel Marín, Susana Sierra, etc.- haciendo carpetas y libros.

Su trabajo visual, centrado sobre todo en el collage, el dibujo y la acuarela, ha ilustrado un gran número de publicaciones y ha participado en exposiciones colectivas e individuales, tanto en México como en los Estados Unidos.

Participó en los años setenta y ochenta en los grupos de rock y jazz La Comuna y Las Plumas Atómicas. Hasta la fecha sigue tocando el piano y componiendo.

En 1988 recibió el Premio de Poesía “Carlos Pellicer” por su libro “Cromos”, y en 1989 el Premio “José Fuentes Mares” por “Canto a la sombra de los animales”, libro que reúne poemas suyos con dibujos de Francisco Toledo. En 1996 “También los insectos son perfectos” recibió en Holanda el Diploma “Honor List de IBBY”. En 2002 recibió el premio “Alfonso X, El Sabio”, que otorga san Diego State University a la traducción literaria.
Entre sus libros más recientes se encuentra su segundo ciclo de doce libros de poesía publicado en el 2005 dentro de la colección de Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica: “La hora y la neblina”, y “Música de cámara instantánea”, un libro publicado por los Cuadernos de Pauta que dirige Mario Lavista, y que reune 52 poemas dedicados a otros tantos compositores de música clásica contemporánea.