OCTAVIO PAZ Y LAS IDEAS POÉTICAS CONTEMPORÁNEAS
Por Pedro Ovalles
Antes del surgimiento del Modernismo como escuela literaria, si así se le puede llamar, en Latinoamérica las ideas poéticas aún estaban atadas a cierto retoricismo proveniente de concepciones deudoras del mundo grecorromano y que el Neoclasicismo entronizó a través de autores y retóricos como Andrés Bello entre otros pensadores hispanoamericanos.
Rubén Darío es el primero que conforma un corpus teórico que hace posible que las ideas poéticas vayan desembarazándose de los diques de la Métrica como fardo de una Retórica languidecida y prácticamente en desuso.
Este poeta nicaragüense aprovecha el hito que representó un conjunto de vates precursores de las inquietudes del autor de Azul. Me refiero a José Martí, Julián del Casal, Leopoldo Legones, José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, entre otros.
Oigamos lo que dice Octavio Paz en un magistral ensayo sobre Rubén Darío, que aparece en Cuadrivio: “Los grandes poetas modernistas fueron los primeros en rebelarse y en su obra de madurez van más allá del lenguaje que ellos mismos habían creado. Preparan así, cada uno a su manera, la subversión de la vanguardia…Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador.”
Cuando Darío viaja a Francia y logra compenetrarse con las poéticas de los llamados Poetas malditos, es cuando logra verdaderamente sacudir su reflexión estética y se lanza a la búsqueda afanosa de nuevas sensaciones artísticas, nuevos metros, pues esto da un viso de que comienza por lo menos a entender la poesía no como ritmo musical y medida métrica, lo que había adelantado ya en el terreno de la práctica escritural al publicar Azul.
Pero, definitivamente, es después de hacer contacto con las ideas de Baudelaire, Mallarmé, Verlaine y Rimbaud, entre otros, que estructura el conjunto de ideas estéticas que supone el Modernismo. Darío bebe de la fuente del Simbolismo y otras corrientes estéticas del momento, y es por ello que logra remozar el pensamiento literario hispanoamericano.
Dice Jorge Luis Borges sobre este particular: “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador”.
Esa liberación del verso que supone esa escuela literaria ya mencionada: sacarlo del molde frío de la Retórica e imprimirle nuevas sensaciones, nuevos vuelos estilísticos; creación de una prosa poética rítmica, con cierto preciosismo en las imágenes, como podemos apreciar comenzando por Azul y los demás subsiguientes poemarios de Darío: Prosas profanas y otros poemas, Epístolas y poemas, Cantos de vida y esperanza, El canto errante, Poema del otoño y otros poemas, entre otros más.
En un libro de Octavio Paz ya citado en esta breve exposición: Cuadrivio, este autor mexicano explica el alcance y la novedad en Hispanoamérica de las ideas estéticas de Darío. Paz postula que el autor de Cantos de vida y esperanza revoluciona la poesía, abre nuevos senderos en la medida que deja atrás toda una práctica poética enclaustrada en lo que ya hemos llamado clasicismo inoperante.
Pero oigamos lo que dice Enrique Anderson Imbert a propósito de lo antes expresado: “Rubén Darío dejó la poesía diferente de como la había encontrado: en esto, como Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Lope, Góngora y Bécquer. Sus cambios formales fueron inmediatamente apreciados. La versificación española se había reducido, durante siglos, a unos pocos tipos. De pronto, con Rubén Darío se convirtió en orquesta sinfónica. Dio vida a todos los metros y estrofas del pasado, aun a los que sólo ocasionalmente se habían cultivado, haciéndolos sonar a veces con imprevistos cambios de acento; y además inventó un lenguaje rítmico de infinitas sorpresas, sin salir de la versificación regular. No sólo desarrolló todas las posibilidades musicales de la palabra, sino que para cada estado de ánimo usó el instrumento adecuado. Leyéndolo uno educa el oído; al educarlo, más planos sonoros aparecen en el recitado. Por su técnica verbal Darío es uno de los más grandes poetas de todos los tiempos; y, en español, su nombre divide la historia literaria en un "antes" y un "después"
A partir de ahí, tanto en Europa como en nuestro hemisferio, germinan los distintos movimientos de vanguardia. Surge, entonces, un permanente contacto de los poetas hispanoamericanos con lo más novedoso en materia de ideas poéticas en Europa. El propio Darío, cuando visitó a Francia, bebió de esa corriente vanguardista, inquietud que trasplantó a nuestra América como primer germen de sacudimiento creativo y renovación de la poesía hispanoamericana.
En el libro de Paz antes mencionado aparecen estas premoniciones, y el autor de Piedra de sol dice que Darío es el primer hispanoamericano que revoluciona la Lengua Española, por atreverse a romper con ciertas amarras que impedían que la poesía de Hispanoamérica se conectara con lo más vivo o con lo más novedoso del Viejo continente.
Paz se atrevió a decir que la Lengua Española no fuera lo que es actualmente si no hubiese tenido, aquí en nuestro continente americano, un Rubén Darío; como tampoco nuestro idioma castellano fuera lo que es sin los atrevimientos de Góngora y Quevedo. Quiere decir: que aquí en Latinoamérica, según podemos colegir de Paz, Darío es el pionero y el mayor renovador de la poesía hispanoamericana.
Para terminar con esta idea basta oír lo que expresa Federico García Lorca de Darío en El Sol de Madrid (30 de diciembre de 1934) en un diálogo que sostuvo con Pablo Neruda. Oigamos: “Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su propia tierra”.
Fue a partir de ahí que surgieron los distintos movimientos de vanguardia en nuestro hemisferio y sale a la luz el Creacionismo de Vicente Huidobro, entre otras vanguardias poéticas, fundándose entonces el clima propicio para plantearse el sacudimiento definitivo que hoy en día presenta el quehacer poético de principios del siglo XXI.
Ese grado de libertad estética e ideológica que reina dentro de los creadores de la poesía hispanoamericana actual, tiene, fuera a parte del precedente antes señalado (Darío y los demás poetas precursores del Modernismo y creadores y estetas posmodernistas), en el poeta y autor mexicano Octavio Paz, y fue en el 1956 cuando este bardo azteca publicó el famoso ensayo El arco y la lira.
Los ensayos que constituyen dicha obra reflexiva crearon un revuelo en los países del hemisferio, a tal punto que sirvió de aguijón para que se hiciera lo posible de instaurarse, en cada una de las generaciones subsiguientes, y a todo lo largo de los países hispanoamericanos, conciencia reflexiva de la creación artística, de la experiencia y experimentación poéticas, tal y como lo dice Paz en el libro de ensayos aludido, y se trazara la diferencia entre verso y prosa, entre poema y poesía.
Es por ello, pues, que se entendió el acto poético como una revelación cuyo hecho tiene su fundación en y por el lenguaje. El texto poético como hecho de lengua tiene su impronta en el proceso de comunión entre el cultor y su sociedad, entre la lengua oral y la propia mismidad desvelada del sujeto creador.
Oigamos lo que dice paz sobre este particular: “El poema se apoya en el lenguaje social o comunal, pero ¿cómo se efectúa el tránsito y qué ocurre con las palabras cuando dejan la esfera social y pasan a ser palabras del poema? Filósofos, oradores y literatos escogen sus palabras. El primero, según sus significados; los otros, en atención a su eficacia moral, psicológica o literaria. El poeta no escoge sus palabras. Cuando se dice que un poeta busca su lenguaje, no quiere decirse que ande por bibliotecas o mercados recogiendo giros antiguos y nuevos, sino que, indeciso, vacila entre las palabras que realmente le pertenecen, que están en él desde el principio, y las otras aprendidas en los libros o en la calle. Cuando un poeta encuentra su palabra, la reconoce: ya estaba en él. Y él ya estaba en ella. La palabra del poeta se confunde con su ser mismo. Él es su palabra. En el momento de la creación, aflora a la conciencia la parte más secreta de nosotros mismos. La creación consiste en un sacar a luz ciertas palabras inseparables de nuestro ser. Ésas y no otras. El poema está hecho de palabras necesarias e insustituibles”.
Paz postula que la especificidad de la poesía se basa en el lenguaje y no en el tema, lo que es extensivo a todo texto literario. Plantea meridanamente la primacía del lenguaje como la herramienta que hace potencial que un texto literario sea tal, descartando, implícitamente, las ideas de la llamada Literatura comprometida, entreverada ésta en una ideología que olvidó que antes de cualquier otra cosa el texto poético debe presentar innovación en el lenguaje empleado; y no por un tema cualquiera de resonancia mediática, aunque fuera o sea de actualidad, ya el poema, o el cuento, o el drama, debe ser concebido como obra de trascendencia, de valor, o que deba permanecer artísticamente hablando.
Sin lugar a dudas, concluyo, las reflexiones de Paz en sus diferentes libros de teoría y crítica literaria, hicieron nacer un despertar crítico, y el acto mismo de la creación poética, en Hispanoamérica, de ahí en adelante siguió siendo y lo es, y termino con unos versos de Rubén Darío: “Potro sin freno se lanzó mi instinto, /mi juventud montó potro sin freno; /iba embriagada y con un puñal al cinto; /si no cayó, fue porque Dios es bueno”.
Por Pedro Ovalles
Antes del surgimiento del Modernismo como escuela literaria, si así se le puede llamar, en Latinoamérica las ideas poéticas aún estaban atadas a cierto retoricismo proveniente de concepciones deudoras del mundo grecorromano y que el Neoclasicismo entronizó a través de autores y retóricos como Andrés Bello entre otros pensadores hispanoamericanos.
Rubén Darío es el primero que conforma un corpus teórico que hace posible que las ideas poéticas vayan desembarazándose de los diques de la Métrica como fardo de una Retórica languidecida y prácticamente en desuso.
Este poeta nicaragüense aprovecha el hito que representó un conjunto de vates precursores de las inquietudes del autor de Azul. Me refiero a José Martí, Julián del Casal, Leopoldo Legones, José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, entre otros.
Oigamos lo que dice Octavio Paz en un magistral ensayo sobre Rubén Darío, que aparece en Cuadrivio: “Los grandes poetas modernistas fueron los primeros en rebelarse y en su obra de madurez van más allá del lenguaje que ellos mismos habían creado. Preparan así, cada uno a su manera, la subversión de la vanguardia…Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador.”
Cuando Darío viaja a Francia y logra compenetrarse con las poéticas de los llamados Poetas malditos, es cuando logra verdaderamente sacudir su reflexión estética y se lanza a la búsqueda afanosa de nuevas sensaciones artísticas, nuevos metros, pues esto da un viso de que comienza por lo menos a entender la poesía no como ritmo musical y medida métrica, lo que había adelantado ya en el terreno de la práctica escritural al publicar Azul.
Pero, definitivamente, es después de hacer contacto con las ideas de Baudelaire, Mallarmé, Verlaine y Rimbaud, entre otros, que estructura el conjunto de ideas estéticas que supone el Modernismo. Darío bebe de la fuente del Simbolismo y otras corrientes estéticas del momento, y es por ello que logra remozar el pensamiento literario hispanoamericano.
Dice Jorge Luis Borges sobre este particular: “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador”.
Esa liberación del verso que supone esa escuela literaria ya mencionada: sacarlo del molde frío de la Retórica e imprimirle nuevas sensaciones, nuevos vuelos estilísticos; creación de una prosa poética rítmica, con cierto preciosismo en las imágenes, como podemos apreciar comenzando por Azul y los demás subsiguientes poemarios de Darío: Prosas profanas y otros poemas, Epístolas y poemas, Cantos de vida y esperanza, El canto errante, Poema del otoño y otros poemas, entre otros más.
En un libro de Octavio Paz ya citado en esta breve exposición: Cuadrivio, este autor mexicano explica el alcance y la novedad en Hispanoamérica de las ideas estéticas de Darío. Paz postula que el autor de Cantos de vida y esperanza revoluciona la poesía, abre nuevos senderos en la medida que deja atrás toda una práctica poética enclaustrada en lo que ya hemos llamado clasicismo inoperante.
Pero oigamos lo que dice Enrique Anderson Imbert a propósito de lo antes expresado: “Rubén Darío dejó la poesía diferente de como la había encontrado: en esto, como Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Lope, Góngora y Bécquer. Sus cambios formales fueron inmediatamente apreciados. La versificación española se había reducido, durante siglos, a unos pocos tipos. De pronto, con Rubén Darío se convirtió en orquesta sinfónica. Dio vida a todos los metros y estrofas del pasado, aun a los que sólo ocasionalmente se habían cultivado, haciéndolos sonar a veces con imprevistos cambios de acento; y además inventó un lenguaje rítmico de infinitas sorpresas, sin salir de la versificación regular. No sólo desarrolló todas las posibilidades musicales de la palabra, sino que para cada estado de ánimo usó el instrumento adecuado. Leyéndolo uno educa el oído; al educarlo, más planos sonoros aparecen en el recitado. Por su técnica verbal Darío es uno de los más grandes poetas de todos los tiempos; y, en español, su nombre divide la historia literaria en un "antes" y un "después"
A partir de ahí, tanto en Europa como en nuestro hemisferio, germinan los distintos movimientos de vanguardia. Surge, entonces, un permanente contacto de los poetas hispanoamericanos con lo más novedoso en materia de ideas poéticas en Europa. El propio Darío, cuando visitó a Francia, bebió de esa corriente vanguardista, inquietud que trasplantó a nuestra América como primer germen de sacudimiento creativo y renovación de la poesía hispanoamericana.
En el libro de Paz antes mencionado aparecen estas premoniciones, y el autor de Piedra de sol dice que Darío es el primer hispanoamericano que revoluciona la Lengua Española, por atreverse a romper con ciertas amarras que impedían que la poesía de Hispanoamérica se conectara con lo más vivo o con lo más novedoso del Viejo continente.
Paz se atrevió a decir que la Lengua Española no fuera lo que es actualmente si no hubiese tenido, aquí en nuestro continente americano, un Rubén Darío; como tampoco nuestro idioma castellano fuera lo que es sin los atrevimientos de Góngora y Quevedo. Quiere decir: que aquí en Latinoamérica, según podemos colegir de Paz, Darío es el pionero y el mayor renovador de la poesía hispanoamericana.
Para terminar con esta idea basta oír lo que expresa Federico García Lorca de Darío en El Sol de Madrid (30 de diciembre de 1934) en un diálogo que sostuvo con Pablo Neruda. Oigamos: “Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su propia tierra”.
Fue a partir de ahí que surgieron los distintos movimientos de vanguardia en nuestro hemisferio y sale a la luz el Creacionismo de Vicente Huidobro, entre otras vanguardias poéticas, fundándose entonces el clima propicio para plantearse el sacudimiento definitivo que hoy en día presenta el quehacer poético de principios del siglo XXI.
Ese grado de libertad estética e ideológica que reina dentro de los creadores de la poesía hispanoamericana actual, tiene, fuera a parte del precedente antes señalado (Darío y los demás poetas precursores del Modernismo y creadores y estetas posmodernistas), en el poeta y autor mexicano Octavio Paz, y fue en el 1956 cuando este bardo azteca publicó el famoso ensayo El arco y la lira.
Los ensayos que constituyen dicha obra reflexiva crearon un revuelo en los países del hemisferio, a tal punto que sirvió de aguijón para que se hiciera lo posible de instaurarse, en cada una de las generaciones subsiguientes, y a todo lo largo de los países hispanoamericanos, conciencia reflexiva de la creación artística, de la experiencia y experimentación poéticas, tal y como lo dice Paz en el libro de ensayos aludido, y se trazara la diferencia entre verso y prosa, entre poema y poesía.
Es por ello, pues, que se entendió el acto poético como una revelación cuyo hecho tiene su fundación en y por el lenguaje. El texto poético como hecho de lengua tiene su impronta en el proceso de comunión entre el cultor y su sociedad, entre la lengua oral y la propia mismidad desvelada del sujeto creador.
Oigamos lo que dice paz sobre este particular: “El poema se apoya en el lenguaje social o comunal, pero ¿cómo se efectúa el tránsito y qué ocurre con las palabras cuando dejan la esfera social y pasan a ser palabras del poema? Filósofos, oradores y literatos escogen sus palabras. El primero, según sus significados; los otros, en atención a su eficacia moral, psicológica o literaria. El poeta no escoge sus palabras. Cuando se dice que un poeta busca su lenguaje, no quiere decirse que ande por bibliotecas o mercados recogiendo giros antiguos y nuevos, sino que, indeciso, vacila entre las palabras que realmente le pertenecen, que están en él desde el principio, y las otras aprendidas en los libros o en la calle. Cuando un poeta encuentra su palabra, la reconoce: ya estaba en él. Y él ya estaba en ella. La palabra del poeta se confunde con su ser mismo. Él es su palabra. En el momento de la creación, aflora a la conciencia la parte más secreta de nosotros mismos. La creación consiste en un sacar a luz ciertas palabras inseparables de nuestro ser. Ésas y no otras. El poema está hecho de palabras necesarias e insustituibles”.
Paz postula que la especificidad de la poesía se basa en el lenguaje y no en el tema, lo que es extensivo a todo texto literario. Plantea meridanamente la primacía del lenguaje como la herramienta que hace potencial que un texto literario sea tal, descartando, implícitamente, las ideas de la llamada Literatura comprometida, entreverada ésta en una ideología que olvidó que antes de cualquier otra cosa el texto poético debe presentar innovación en el lenguaje empleado; y no por un tema cualquiera de resonancia mediática, aunque fuera o sea de actualidad, ya el poema, o el cuento, o el drama, debe ser concebido como obra de trascendencia, de valor, o que deba permanecer artísticamente hablando.
Sin lugar a dudas, concluyo, las reflexiones de Paz en sus diferentes libros de teoría y crítica literaria, hicieron nacer un despertar crítico, y el acto mismo de la creación poética, en Hispanoamérica, de ahí en adelante siguió siendo y lo es, y termino con unos versos de Rubén Darío: “Potro sin freno se lanzó mi instinto, /mi juventud montó potro sin freno; /iba embriagada y con un puñal al cinto; /si no cayó, fue porque Dios es bueno”.
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EL SIGUIENTE TEXTO FUE LEÍDO EN UNA CONFERENCIA QUE DICTO EL AUTOR EN LA RECIENTE FERIA INTERNACIONAL (07-05-2010) CELEBRADA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA.
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