domingo, 1 de diciembre de 2013

¿Cómo se cierra una librería?


Por José Rafael Lantigua (Nació en Moca el 17 de septiem-bre de 1949). Periodista, poeta, es-critor, publicista y crítico literario.)

Diríamos que la forma más práctica y funcional es la siguiente: se ponen en cajas los libros sobrantes de las semanas de especiales previas al cierre; se apagan las luces; se cierra todo "a jacha y machete" y se coloca junto al sentimental rótulo con la leyenda "clausurado", otro más con la divisa que informa la entrada del local al mercado inmobiliario.

Pero no. Así no se debe cerrar una librería, porque las librerías no deberían ser nunca clausuradas, o por lo menos algún mecanismo debiera existir para que los libros no dejen de verse y los libreros no pasen a ser una especie en extinción paulatina, pero segura.

Así pensamos los que amamos los libros. Pero, hay razones, explicaciones y motivos para que una librería cierre, realidad grosera y agraviante que apabulla a escritores y lectores pero que forma parte de una crisis que está recorriendo el globo desde hace un rato. Crisis y realidad que normalmente se suelen echar a un lado para cerrar filas en un planteamiento común de desazón que no se detiene en las causales de estos cierres.

Lo primero es lo primero. Una librería es un negocio. Dentro del capítulo empresarial, no parece nunca que entra en la clásica ley de oferta y demanda, sus mecanismos de comunicación se quedan en el trámite oral del pequeño rebaño de lectores, no se publicita el producto y sus ingredientes, no reconoce adecuadamente las renovadas señas del mercado y, para dejarlo en solo estas anotaciones, entra como todas las acciones empresariales bajo la sombrilla protectora del Estado (¿cuál empresa no anda siempre buscando exenciones impositivas o proteccionismo estatal?) pero contrario a las demás, ningún apoyo resulta suficiente o definitivo.

El negocio de venta de libros tiene, ciertamente, un propósito y un estilo diferente a la de sus colegas empresariales. Tiene una finalidad cultural, eso lo sabemos en demasía, y el estilo mercadológico tal vez difiera del de un supermercado o del de una tienda de ropas o de dulces criollos o de zapatos. Pero, es un negocio, y como negocio debe tener un sistema de ventas que se acople a estudios de mercado y a demandas inducidas. Quien no vea y conozca esta realidad se quedará siempre en lo puramente melancólico.

Aunque advertimos, siempre que tuvimos la oportunidad, en público y privado, que una ley del libro no era un curalotodo (Colombia, que es cabeza en materia de legislación cultural y una añeja tradición de lectoría, tardó cinco años en lograr que se cumpliera el estamento jurídico creado para el fomento y difusión del libro), no hay dudas de que la pieza legal, promovida y aprobada en el gobierno del Presidente Leonel Fernández que tanto empeño puso en su diseño y promoción, provee las herramientas indispensables para poner a correr el tren. Desde luego, debemos tener en cuenta que justo cuando la ley ya estaba a punto de ser promulgada, comenzó a atisbarse una crisis que algunos entendidos solían explicar casi a hurtadillas y que al estallar comenzó a hacer añicos determinadas perspectivas. En Estados Unidos, por ejemplo, esa crisis general afectó de inmediato al ramo librero, llevando a la cadena Borders a la quiebra absoluta, desmontando las numerosas tiendas establecidas en todo el territorio norteamericano. Con Borders se fueron muchas librerías de menos estatura y la que quedó reinando, Barnes & Noble, redujo en muchas partes sus stock y sus espacios de venta. En Europa, la debacle ha sido grande, y viene ocurriendo desde años antes de estallar la crisis económica general. Decenas de librerías han desaparecido en Inglaterra, España, Francia. En nuestro cercano horizonte, no hablemos de lo que ha pasado en Puerto Rico y de lo que sucede en Centroamérica donde las librerías son escasas y con mercancía reducida y poco actualizada.

Santo Domingo viene perdiendo importantes tiendas de libros desde hace décadas. Blasco, Editora Colegial Quisqueyana, Instituto del Libro, América, por solo mencionar algunas legendarias, desaparecieron por diversos motivos. Incluso una que permaneció relativo poco tiempo y que fue, sin dudas, muy adelantada para su época, la de los hermanos Brea Franco en la Dr. Delgado con Santiago (ahí adquirí mis primeros libros de Pavese y Elliot, que aún conservo). Las razones de estos cierres, se dirá, fueron muy particulares. Los libreros que quedaban adquirían la mercancía y se trasladaba el producto a otros estantes. Pero, desaparecieron como entes motivacionales de lectura, como centros sentimentales donde se tenía contacto permanente con el conocimiento.

No voy a insistir en un tema que he diseccionado bastante, el de la educación y la imperiosa e impostergable necesidad de que se comience a elaborar un plan de formación de lectores -tan grande y publicitado como el de alfabetización- a fin de que podamos ver resultados concretos y auspiciosos ¡en veinte años! Todo lo que no se haga en esa línea, a mi modesto entender, es hueco, vacuidad, palabrerío inútil. El cuatro por ciento ya está vigente y ahora qué. ¿Ha escuchado usted alguna vez planes concretos de lectoría en escuelas, en formación de lectores escolares? ¿Con cuáles técnicos contamos para una labor de este tipo? ¿Cuáles ayudas internacionales hemos procurado para este fin? ¿Existe en el presupuesto de Educación un tramo financiero para impulsar este propósito? Pareciera todavía -y se puede ver con claridad en los núcleos donde el tema educativo es pan diario- como si la necesidad de formar lectores no fuese tarea concurrente con la tarea educativa per se. No podemos hablar de educación integral si no se formula un plan decenal, quinquenal o trienal, de formación de lectores. Si esta tarea no está incluída en los planes educacionales vigentes o en proceso de formalización, el objetivo primario de lo que se busca con el cuatro por ciento está de antemano desbalanceado.

Pero, volvamos al principio. Una librería se cierra fácilmente. Como se clausura cualquier otro negocio, aunque deje secuelas de desabastecimiento cultural y sentimental. Pero, existen fórmulas para impedirlo, al margen de leyes, de exenciones tributarias, de facilidades estatales. Aceptamos como correcto el planteamiento de que se establezcan cada vez más bibliotecas y que los libros se adquieran a través de las librerías establecidas. Al fin y al cabo, las empresas múltiples de nuestro mercado viven a la caza de facilidades que casi siempre logran en las altas esferas gubernativas. ¿Por qué no las librerías? Ahora bien, se hace necesario que se cumpla la ley del libro que establece la obligatoriedad de abrir bibliotecas en los diferentes municipios, tarea que poco parece importar a alcaldes y ediles. Y que las empresas con más de mil empleados, abran bibliotecas en las mismas. Lo dice la ley. Y les van a beneficiar por este aporte con exenciones muy atractivas.

Pero, los libreros que aún sobreviven y desean mantenerse en el negocio deben reordenar sus esquemas de mercadeo, si alguna vez lo tuvieron, y comenzar a entender que estos tiempos obligan a actualizaciones prudenciales y urgentes. La crisis económica global -la pobrecita, culpable de todo- y la crisis de lectores local, no son las únicas causas válidas. Hay una fundamental con muchas variantes: los tiempos han cambiado y el negocio librero debe adquirir otros matices y otras características, que está muy lejos de la forma cómo se ofertaba el producto libro hace veinte o treinta años.

En un país donde no hay una formal sociedad de lectores, ni editoras ni industria editorial, hay que aceptar sin ambages que no tenemos un mercado real de venta de libros, que el que existe es reducido y deja pocos márgenes de maniobra comercial. Por tanto, hay que movilizar la mercancía ofertándola por diversos medios, divulgando lo que llega a los estantes, creando sistemas de mercadeo novedosos, relanzando las librerías existentes hasta con cambios de marca, integrándose a la red para que la venta se realice por ese obligado canal de nuestros días, insertándose en las grandes plataformas comerciales que son las ágoras modernas donde se visualiza todo el engranaje comercial y se crean hoy día los nuevos paradigmas, no hacer grandes inversiones de estructura que el negocio no aguanta ni a largo plazo, y desde otro ámbito, logrando como sector que requiere nuclearse con propósitos comunes y asociarse con pleno derecho a las agrupaciones empresariales que correspondan, que los medios de comunicación contraten escritores que comenten libros, a modo de divulgación del producto no de dar coces contra la producción de nuestros escritores, sino de alentarla, de crear atención sobre la misma.

Tenemos factores en contra: no hay crítica ni medios para el ejercicio de la crítica, y sin estos mecanismos no habrá lectores; tenemos bibliotecas, pero faltan más, mejor alimentadas y con gerencias creativas; la mayoría de las universidades no poseen buenas bibliotecas; el porcentaje de lectores activos es pequeño, pero no nos desalentemos, ocurre igual en muchas latitudes, a través de ese núcleo minúsculo se puede ampliar el terreno de la lectoría, aunque sea al principio volátil y ocasional; no existe una juventud con poder adquisitivo, hay que ofrecer facilidades a los jóvenes para que entren en el mundo de la lectura; se deben realizar "alianzas estratégicas" con diarios, proveedores de tarjetas de crédito, bancos, farmacias, centros educativos privados, para impulsar el producto libro de forma creativa y masiva.

Hay muchos modos de impedir que tengamos que ver el cierre de una librería. Existen al momento condiciones adversas, pero los miembros de esta cadena comercial -escritor, librero, distribuidor y lector- debemos forjar esfuerzos para evitar estas clausuras dolorosas y obstruir que regresemos a la Edad Media.

(Sobre el cierre de librerías y la crisis económica de los escritores, sugiero la lectura de un artículo de antología titulado "El descrédito del escritor" de Jesús Ferrero, poeta y novelista español, autor entre otros muchos libros de "El efecto Doppler" y "Balada de las noches bravas". Publicado en El País del pasado sábado 23 de noviembre).

La crisis económica global -la pobrecita, culpable de todo- y la crisis de lectores local, no son las únicas causas válidas. Hay una fundamental con muchas variantes: los tiempos han cambiado y el negocio librero debe adquirir otros matices y otras características, que están muy lejos de la forma cómo se ofertaba el producto libro hace veinte o treinta años.

 

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