sábado, 18 de enero de 2014

La luz de Sally Rodríguez

El autor comenta el más reciente libro de la escritora mocana considerada una de las voces fundamentales de la poesía femenina en la República Dominicana de la actualidad.
José Enrique García
Santo Domingo
Sally Rodríguez, poeta desde el mismo inicio. Permanecen, ya prolongadas, temblorosas sensaciones de sus versos publicados en periódicos nacionales. Y cuando algo así ocurre es porque existe una razón verdadera: la existencia de imágenes instaladas en la memoria de lectores. Qué había en aquellos poemas: una claridad inusual, una plenitud de luz, una transparencia tocable, atributos que dan paso a una condición intrínseca, a un mecanismo expresivo que permite una limpieza en el verso y se aloja en el asunto que se poetiza.


Su sello distintivo cabe en una expresión: poesía que convulsiona en luz: y los adolecentes se arrodillan/ ante la luz de sus cuerpos. Pero esa luz, es lo creado. Y no se trata de una luz que proviene de la tradición del término, luz no usada de Fray Luís de León, ni mucho menos de la cotidiana luz que nos contextualiza a diario, no, se trata de una luz que duerme en las personas y las cosas y es despertada por conciencia de ella, la creadora, a partir de su propio cuerpo, en los elementos constructores de la naturaleza. Y así, cuerpo humano y naturaleza se conjugan, traspasan, articulan, se vuelven uno en la palabra y el verso, en la estructura íntegra.
Acuden los sexos a la poesía desde las iniciales arcillas. Hombre y mujer en direcciones de orígenes, Y en la escritura reciprocidades: uno y otro, como en los orígenes, en estado larvario, en la poesía primera. El sexo se multiplica en sí mismo. Uno y otro, mujer y hombre, nos enfrentamos desnudos en el poema.
El animal sagrado es el cuerpo que contiene y protege la luz procreadora. Poemas que sin caer en lo biográfico puro del cuerpo propio de la poeta emergen y se hacen también poesía en los otros cuerpos, y así, la necesaria condición del poema, ser palabra y substancia en los otros, se cumple en totalidad y extensión.
Templo es el cuerpo, y como tal sagrado, profanado por manos, y por el ejercicio de sí mismo, y más que todo, por el tiempo. Sally procura retener su plenitud de carne y de luz en estos poemas: tarea que alcanza con creces porque después de su lectura, como expresamos al inicio de estas líneas, nos queda en la memoria una plena sensación de transparencia y de luz, y eso es belleza, poesía, sobre todo.
El cuerpo en Sally es un espacio orgánico pleno de contradicciones. Nada es fijo ni determinante porque, precisamente, a cada instante es luz y a la vez oscuridad, descenso. Y es gozo en plenitud de sí mismo y agonía igualmente en su humano tejido. Pero también es lo único asible que tenemos, y con él echamos la batalla de los días, y con él jugamos a la existencia. En estos poemas, el cuerpo es pleno goce de carne y dolor de saber que ese mismo estado del ejercicio gozoso de la carne es imposible de proteger, ni aun en el instante del supremo éxtasis. Todo se regresa irremediablemente al lugar de proceder, y esa conciencia impide que el mismo disfrute del cuerpo no se extienda, que se limite en el mismo acto. Así el cuerpo en el fluir de los versos de Animal Sagrado.
Mujer, cuerpo y naturaleza: unicidad de vida. Una, y otro y la otra, conjuntadas con los propósitos de la existencia. La naturaleza proporciona la sabia que en contra vuelta regresa a ella. La naturaleza se metamorfosea en los versos. La naturaleza encimada al cuerpo genérico, al cuerpo de la mujer, al del hombre igualmente. La naturaleza gruesa de troncos, hojas, aguas, musgos, hierbas, malezas, la naturaleza oscura y honda, la renovada y persistente. La naturaleza en colores y texturas, en las espinas y las flores. Naturaleza que asume los estados de ánimos: casi soy algo triste en el agua/ en la desnudez de los ríos/soledad a soledad.
Es la sexualidad de la adolescente que se manifiesta en el varón inmediato: la relación primera de la sexualidad se experimenta con la relación primaria. Suerte de hechizo de la carne que se muestra inocente, y en esa postura, todo el candor emana: las naturales sabias saltan de la carne y sacuden lo que despertó esta en la misma carne. Jugueterías desdobladas que la memoria guarda hasta la muerte. Imagen que, con toda su frescura, vuelve en las distintas edades del sexo. ¿Difícil eludir este gesto erótico de estos verso?
Lo lírico pauta y determina en Animal sagrado. Desde las individualidades, cada pieza en particular, hasta el conjunto. Una límpida expresión se asienta con plena majestad expresiva. Es lo que define y conforma, y lo que conduce a esta aseveración: lo lírico es expresión y substancia en el mismo instante, en el mismo gesto expresivo. Imposible separar uno del otro porque lo consustancial es lo que da cuerpo a ese lirismo que, a su vez, constituye el ritmo, y con él, el sello.
El autor es narrador y poeta. 
(+)
RESUMEN DE UNA OBRA IMPORTANTE
Hay un diluir en el decir que busca las insinuaciones en el tejido que, a su vez, convoca a otras instancias que permiten a las palabras ser testimonio de lo que acontece en el interior y en la palmaria realidad exterior. Y algo a subrayar: los versos, las palabras, la atmósfera de este libro remite a una fisionomía que posee la misma autora: la linealidad serena del ser que, por momentos, toca formas normales de la naturaleza. Es la conciencia que se tiene de que un poema es una construcción, una estructura que requiere de unos principios, inherentes. Así, los versos se deslizan por un espacio en el que todo está encadenado- sin que esto suponga una rigidez y, mucho menos, restricción a la libertad innegociable. Pero hasta el caos exige de un orden para ser caos. En los poemas de Sally Rodríguez, esta redondez compositiva constituye uno de sus atributos de privilegio.

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